miércoles, 30 de noviembre de 2011

LA TROMPETA DEL FILADELFIA


El Gran Torino, el mejor equipo del Mundo allá por los años 40
Carlo decidió sentarse. A su edad ya había rebasado el límte de pasos permitidos para un corazón cansado como el suyo. Desafió a su físico y trepó hasta lo más alto de aquél pedazo de grada que aún  hoy custodiaba el viejo córner. La conquistó y con gesto de satisfacción acomodó su maltrecho cuerpo sobre aquella desgastada piedra. Habían pasado muchos años desde que allí sentado volvía a tener ante sus ojos el Filadelfia. Casi tantos como la última vez que sobre su verde pasto vió correr a los héroes de su Torino. Imágenes que todavía hoy llevan a sus ojos las lágrimas de la nostalgia. Por su aspecto pareciera como si los actores de aquellas fantásticas actuaciones estuvieran dispuestos para una nueva exhibición. Bastaría un simple filtro en color sepia para plantarse en aquellos duros 40 en Turín. La decadente situación de aquél estadio, nacido en 1906, evocaba tiempos pasados y abría de par en par a su imaginación los libros más bellos escritos por aquél mítico grupo de jugadores que formaron parte del GranTorino.
Dos enormes toros continuan custodiando la casa del pueblo granata.Varias frases pintadas ponen un hilo de voz a sus muros derruidos. Algunas jeringillas, gritan por el auxilio de la actual decadencia. Las porterías, blancas de nostalgia, y sus redes con el dolor aún presente por la cantidad de impactos recibidos. Sólo el ruido del viento se asemeja al aliento de aquella masa enamorada de su Toro. Un equipo que por sí sólo fue capaz de representar a Italia en Europa pintando la azzurra de granate con 10 titulares en su selección. Un país que necesitaba el estímulo de los éxitos de estos hombres convertidos en héroes para superar la depresión a la que le sumió la recién acabada Guerra Mundial.
 
Carlo cierra los ojos. Quiere imaginar aquello como era entonces. Quiere ver subir por las escaleras de sus entrañas dos escuadras que practiquen un fútbol que hoy sólo vive en la memoria. El del ímpetu y la fuerza. El de los símbolos y las grandes hazañas. A un lado el Torino. Camisa grana ceñida y gran calzón blanco. Al otro cualquiera, no importa. Un vistazo a un Toro sobre un pecho granata hacía pequeño al rival más preparado. Y si éste aprieta, allí están los 15.000 del Filadelfia para recordarle al carismático Oreste Bolmida, jefe de la estación de tren de Turín situada junto al estadio y entusiasta seguidor del Torino,que debe tocar a arrebato. Bolmida, conocido como "il trombettiere del Filadelfia", toca con fuerza su cuerno. ¡¡¡Toro, Toro, Toro!!! , el estadio es un clamor, Mazzola se remanga su camisa y en poco la máquina hace añicos a su rival. Era conocido como el "quarto d´ora granata". Quince mágicos minutos para unos muchos y un cuarto de hora infernal para otros pocos. Bajo la atmósfera de aquél mágico Filadelfia cualquier cosa era posible. Las acrobáticas paradas de Bacigalupo, el ritmo infernal de Rigamonti, los goles imposibles de Gabetto, el liderazgo de Mazzola...Eran héroes de otros tiempos, hombres que enfundados en la granata del toro embestían al rival hasta hacerlo enloquecer, hinchaban de orgullo al turinés menos futbolero y esculpían la leyenda de una escuadra invencible.
Victorias aplastantes, resultados imposibles y goleadas insultantes daban forma a un equipo de leyenda. Cinco Scudettos consecutivos les contemplarán, del 45 al 49. Pero no habrá Copas de Europa que los inmortalice ni Balones de Oro que los reconozca entre las listas de los más grandes. Quizá por ello su leyenda sea mayor. Por eso y por el triste final que bajo la niebla de aquél 4 de Mayo de 1949 les esperaba junto a la Basílica de Superga en Turín a la vuelta de un amistoso en Lisboa. Entre los hierros de aquella nave quedó enterrado aquél equipo. Para la huérfana Italia había nacido el mito.
 
El murmullo de unas voces extraen a Carlo de su sueño. Absorto, localiza su procedencia y mira a sus dueños extrañado. Conforme se van acercando su vista cansada distingue el color granata de entre los demás. Son de los suyos. El Toro sobre el pecho lo acaba por confirmar. Son los Angeli del Filadelfia, jóvenes tiffosi del Torino que como iniciativa particular acuden cada cierto tiempo para lavar la imagen del teatro de los sueños de sus padres y abuelos.
Obligados a abandonar su casa del Filadelfia desde mitad de los 60, los hinchas del Torino ven desde la deseperación como la clase política turinesa especula sin escrúpilos con lo que ha sido y es un símbolo de su club y su ciudad. Adecentan y limpian de jeringuillas los aledaños de las gradas y cortan el césped lo suficiente para que aquello se asemeje a lo que antaño fue un campo de fútbol. No quieren que los relatos transmitidos de padres a hijos mueran sepultados bajo inmensos tallos de hierba amarillenta.  Carlo Bolmida les sonríe. Le han despertado de su sueño, sí, pero en el fondo agradece la emocionante iniciativa de unos jóvenes que no quieren ver morir para siempre el más bello legado que su club, que hoy camina sin más pena que gloria por la Serie B, dejó junto a la via Filadelfia de Turín.
Aunque en ese precario estado el Filadelfia cautiva más a su memoria en su viaje a través del tiempo, agradece que ese césped esté preparado por si un día el pitido de un tren que arriva a la estación turinesa, despierta de aquella triste pesadilla en Superga a los Mazzola, Castigliano y Ossora. No sea que los fantasmas del Gran Torino crean haber oído la trompeta de papá Bolmida y no dispongan del mejor Filadelfia para demostrar al mundo entero durante un cuarto de hora quién es el equipo italiano más grande de todos los tiempos...

viernes, 18 de noviembre de 2011

A ESA PEQUEÑA PERSONA...


Adrian y su pasión por el fútbol
Este artículo va dedicado a esa pequeña persona con la que desde hace un tiempo comparto asiento en la montaña rusa de sensaciones en que cada 15 días se ha convertido el Municipal de La Romareda. Camiseta, bufanda, gorro calado hasta las cejas y una pequeña bolsa con bocadillo en una mano. A veces no llego a comprender su capacidad para recordarme que el color del equipaje del portero Roberto es diferente al del otro día ó que el mismo partido el año pasado lo perdimos 1-2 con gol de Negredo cuando el partido ya agonizaba. Lo miro con sorpresa y me sonríe...Pero pensándolo bien esa cabeza no está ocupada por los problemas que nos angustian a los mayores. Bajo ese gorro blanquiazul no hay ni rastro de resultados de ventas, ni hipotecas, ni discusiones de pareja. Quizá un puñado de sumas y alguna resta dejan paso a cientos de nombres de futbolistas, estadios y entrenadores que va descubriendo y que se van acomodando sobre aquella esponja que no para y todo lo absorbe.
Crecí entre balones y libros de tácticas que ojeaba con curiosidad. Entre desplazamientos a los campos navarros y riojanos de aquella potente Tercera de los 80 y el cariño recibido de la gente de Calatayud, Tauste, Mequinenza ó Illueca. Entre la alegría de un ascenso y los nervios de los malos momentos. Uno forja su carácter y personalidad en base a la educación recibida y a todas esas experiencias y sensaciones con las que vives desde pequeñito y que van llenando la mochila vacía de emociones con la que nos presentamos en este mundo. Por eso y porque considero que los años de nuestra infancia son los más bonitos que vivimos, veo en mi sobrino Adrián al niño que yo era hace 3 décadas. Aquél niño que tan pronto alucinaba en el 83 con la pasión de una final de Copa en La Romareda entre merengues y culés como se presentaba todas las tardes de Julio en el Balneario de Panticosa para ver a los Casuco, Güerri y Vitaller zigzagueando entre los árboles. Aquél chavalín que en el 86 se veía a pocos metros de Señor recogiendo la Copa en el Calderón ó bajo el aguacero de aquella semifinal contra el portentoso Ajax de Van Basten en el 87 junto a sus inseparables Jorge y Jesús. Son momentos y sensaciones que vuelven a mi memoria reflejados en esos ojillos vivos que me miran bajo el escudo del León de ese gorro azúl y blanco...
Últimamente sólo quiere ponerse detrás de la portería del Fondo Sur, si es en la primera mejor que en la segunda fila. Seguro que por su mente pasa el ayudar a Roberto en alguna estirada ó el aprovechar algún rechaze que ande suelto para abrir el marcador. Piense lo que piense yo disfruto con la emoción de su cara. Por eso si algún día Adrián escribe sobre su pasión por el fútbol me gustaría que empezara con..."aquellos difíciles partidos en La Romareda con mi tío Luis"...Lo que venga después no importa. Sólo que él lo recuerde con el cariño con que yo lo recuerdo. Te quiero "pichón".

miércoles, 16 de noviembre de 2011

GERRARD: ROJO LIVERPOOL

La tragedia de Hillsborough, un hecho que marcará la carrera de Steven Gerrard
Era un niño que crecía en un entorno feliz. Recibía el cariño que él proyectaba sobre los suyos sin esperar nada a cambio. Hermanos, primos, tíos, todos querían al pequeño. Amante de la natación y las bicis tenía una pasión conocida por todos: el Liverpool, el ciclón de Anfield que dominó el fútbol de las islas durante aquellos mágicos 80. Aquél 15 de Mayo de 1989 era uno de los días más felices de la corta vida de Jon-Paul Gillholey. Y así lo hacía saber a todos su sonriente rostro de 10 añitos y su corazón red que bombeaba ilusión y felicidad desde aquél coche que volaba desde Liverpool rumbo a Sheffield. Un par de valiosas entradas que su padre le había conseguido días antes, le reservaba una plaza en aquél vetusto estadio de Hillsborough para alentar a su equipo del alma en aquella semifinal de la FA Cup contra el Nottingham Forest. Un amigo de la familia que residía en Sheffield acompañaría al pequeño para presenciar lo que para él era algo más que un partido. El poder alentar en un duelo decisivo a los ídolos que empapelaban su habitación. El sueño de empujar a los Rush, Hansen y Barnes hacia la presencia en la final de Wembley por segundo año consecutivo y ante el mismo rival, los otros rojos, los del Forest de Pierce, Walker y Clough. Bufanda, camiseta y gorro hasta las cejas transformaban a aquél inocente chico en un simpático proyecto de hooligan, tiñendo sus 10 añitos de aquél rojo pasión que como Los Beatles en los 60 marcaron con el sello “made in Liverpool” todas sus actuaciones. Conforme se acercaban las 3 de la tarde de aquél primaveral sábado, el fondo de la calle de Leppings Lane, reservado a los supporters del Liverpool, comenzaba a plagarse de camisetas rojas. El "You´ll never walk alone" atronaba desde la grada e invitaba a los chicos de Kenny Dalglish a abandonar rápido aquél viejo vestuario para saltar al césped de Hillsborough y entregarse a aquella fiel afición que nunca les iba a dejar caminar solos. Jon-Paul había conseguido un fantástico sitio en aquél atestado fondo, justo detrás de la portería, uno de esos fondos ingleses donde el empuje de la afición es capaz de convertir en gol aquél centro de imposible remate. Sí, la verdad es que aquél encuentro emanaba aromas de auténtico fútbol inglés, el de la FA Cup, la competición de clubs más antigua del mundo. El ambiente era fantástico, todo estaba preparado y Jon-Paul buscaba desde su corta estatura la mejor perspectiva para ver a sus ídolos. Comienza el calentamiento. Grobelaar, Hansen, Staunton, Nicol...parece que están los mejores. No veo al "capi". Sí, allí está Whelan, y Nicol y Beardsley. ¿Y nuestro hombre gol?. Allí viene, con su bigote y su fusil todavía humeante desde su última conquista. El gran Ian Rush. No se nos puede escapar esta victoria...
 
Pero algo no marchaba bien en los aledaños del estadio. La falta de suficientes efectivos policiales y la excesiva aglomeración de aficionados deseosos de entrar en aquél fondo, muchos de ellos sin entrada, estaba provocando un caos considerable. Los equipos saltan al terreno de juego y el griterío del interior enciende más aún a las miles de personas de allí fuera que no ven la manera de acceder al recinto. Un oficial de policía emite una petición para retrasar el comienzo del partido. Es denegada. La situación se está volviendo insostenible. Dentro, el balón se pone en juego y un par de córners en los primeros minutos para los de Nottingham hacen pensar a Jon-Paul que la presencia en la Catedral de Wembley habrá que sudarla hasta el final. En el exterior se emite la petición de abrir la puerta “C” de salida para aliviar la situación, pero el máximo responsable policial, el Superintendente Duckenfield , también la deniega para evitar el acceso incontrolado a las gradas. El partido en disputa, la masa incontrolada, la policía desbordada y Duckenfield, inexperto con sólo dos semanas en el cargo, que finalmente ordena la apertura de la puerta “C” de salida. La histérica multitud se dirige al interior del recinto por las bocas de acceso que convergen en un único túnel que conduce a la zona central de aquél fondo. Jon-Paul, ajeno a la situación que se está provocando tras de sí, nota cómo la presión de los espectadores situados inmediatamente encima de él le empuja hacia las filas más cercanas al campo. Y allí, a pie de césped, le esperaba aquella maldita ratonera azul que en aquél momento estaba ejerciendo de trampa mortal entre el inocente niño y su pasión por unos colores. Agarró fuerte la mano de su acompañante. La única victoria que ahora importaba era no perder aquella mano salvadora. La presión de la masa incontrolada era insoportable y los gritos de ánimo de aquella gente hacia su Liverpool se tornaban ahora en gemidos de auxilio en busca de una bocanada de aire que aliviara semejante agonía. La policía, presa del pánico e ignorando la cruel batalla por la vida que se estaba librando en ese fondo, pensó que si abrían las vallas la invasión del césped podría provocar una batalla campal entre ambas aficiones. Pero nada más lejos de la realidad...
-¡Está muriendo gente allí dentro!-llegó a oídos del delantero del Liverpool Ian Rush. El árbitro consciente de que algo grave estaba sucediendo tras aquellas vallas decidió parar el encuentro. Pasaban 6 minutos de las 3 de la tarde y para entonces Jon-Paul ya había soltado su mano salvadora y su pequeño corazón ya había dejado de latir. Sus pulmones ya no recibían el aire de Sheffield y con 10 añitos se convertía en la más joven de las 96 almas que aquella tarde pintaron el cielo de Sheffield de rojo Liverpool.
 
De todos es sabida la particularidad y la tradición de la que beben los clubs ingleses en general y el Liverpool en particular. El gusto del seguidor por la tradición de lo añejo, el respeto a todo, hecho ó persona, que haya supuesto algo en la forja del club de su vida. La entrega del jugador por ese escudo cuando percibe semejante identificación entre grada y camiseta. Pocos de estos pueden quedarse ajenos a esa atmósfera que emana de los estadios ingleses durante un encuentro, tenga la importancia que tenga. Miles de gargantas empujándote a enorgullecer esa camiseta con tu esfuerzo. Sólo con eso ya eres uno de ellos. Por eso Steven Gerrard es reconocido a sus 30 años como uno de los mejores jugadores reds de ahora y siempre. Forjado en la cantera de la ciudad en la que nació, su amor al Liverpool hace del 8 un futbolista especial. Desde que Gerard Houlier decidiera en 2003 que Sammie Hyppia cediera la capitanía al jugador inglés, cada partido en Anfield supone para Steven la responsabilidad de comandar a sus compañeros desde los vestuarios hacia el encuentro con aquella gente. El brazalete se aprieta como una segunda piel y por sus oídos se filtran aquellas mágicas letras…♪♫♪ When you walk, through the storm ♫♪♫…No les pueden fallar, claro que no...♪♫♪ Hold your head up high ♫♪♫…Una mirada a ese escudo sobre aquellas escaleras le recuerda que está en Anfield. Pisa firme el césped y su mirada se clava en el fondo de The KOP.  Está repleto como de costumbre y su acústica y colorido son incomparables. Todavía hoy por un momento sonríe y cierra los ojos. Y en su imaginación observa a un aficionado de unos 32 años que devuelve la sonrisa orgulloso de su capitán. Un aficionado que es, en palabras de Gerrard, su verdadera fuerza y motivación para convertirse en el líder de su Liverpool. Es su primo Jon-Paul Gillholey que desde The KOP le grita al 8….. ♪♫♪ and you'll never walk alone, you'll never walk alone ♫♪♫.