jueves, 29 de diciembre de 2011

BUTRAGUEÑO, EL GENIO QUE PARABA EL MUNDO

Emilio Butragueño, el genio que paraba el Mundo
"No comprendo porque algunos delanteros aceleran cuando están dentro del área". Finalizó la frase y esperó, como cuando detenía el tiempo ante sus defensores dentro de las áreas del Bernabéu, a que el desconcierto creado entre sus "rivales"contertulios le facilitara un brillante final a esa afirmación. Como aquellas que encarrilaban las victorias de su equipo allá por los 80. Emilio Butragueño, con ese gesto todavía torcido en su boca cuando sonríe y esa mirada pícara del más listo de la clase pero aún con todo por aprender, se marcaba esa reflexión durante una entrevista en un programa futbolero de la medianoche. Y con ella devolvía a mi imaginación aquella clásica estampa del Buitre cuando pisaba área. Las alas caídas, el balón controlado y ese gesto de desinterés que confundía a su defensor. En aquél fútbol de ida y vuelta, liberado de los corsés actuales, Emilio ofrecía un contrapunto a tanta velocidad y fuerza desbocada. Volaba para ganar su espacio, recibía para el golpeo con los ojos de su marca ya fijándole y cuando los 90.000 de la grada ya empujaban a gol con la excitación del momento él decidía parar el mundo para bajarse y convertir lo previsible en diferente. Permanecía por unos segundos quieto, casi hierático con el balón entre sus pies y el rival. Unos segundos que eran horas de desconcierto para su defensor. La confusión de quien no sabía si entrar ó aguantar. Si lanzarse a por ese balón ofrecido por el 7 ó esperar paciente el final de esa incómoda situación. Y Emilio, astuto e inteligente como pocos, diferente al fin y al cabo, aprovechaba cualquier movimiento, rival ó amigo, para volver y subirse al mundo. Una pared imposible con el compañero que llegaba ó un pase hacia donde hace nada no había nadie y el balón que besaba la red para enviar a un nuevo rival a la lona.

Butragueño forma parte de ese grupo de futbolistas diferentes que visten de smoking y chistera algunas de sus acciones y que justifican el injustificable precio de una entrada. Los dueños de un tic determinado, de un arte, un movimiento ó un gesto por el que sabes que él es el que está sobre el césped y no otro. Desde las lejanas estampas del "Divino" Zamora haciendo de su antebrazo la fuerza de un puño para romperla en su despeje. La silueta del anárquico Garrincha, aparcados sus aires de melancolía, tirando al contrario con la "gambeta" de sus desiguales piernas. El genial Romario girando sobre su eje y retratando defensas con sus "colas de vaca" ó Hugo Sánchez entregando el balón a la red desde la acrobacia de sus "chilenas". El "Flaco" Cruyff te la enseñaba para esconderla y salir sin que lo vieras y Zidane pinchaba en su pie lo que para el resto de los mortales era un marrón antes que el servicio de un compañero. La zurda y diestra de Iniesta y Laudrup tocan rápido para salir por donde no se puede y la "Pulga" Messi pega el cuero a sus botas para driblar a la historia y confundirse con el Dios Maradona.

Butragueño observa con satisfacción a su Madrid actual. Ciclón de potencia y ejemplo de disciplina táctica. De llegadas en tromba con calidad y pegada. Pero el Emilio actual echa en falta entre tanta vertiginosa carrera algún hombre que durante esos furibundos ataques pare el mundo, saque el traje del vestidor y haga de lo esperado algo distinto. Alguna acción que salga de lo común y convierta al artista en genio. Las que provocan admiración y hacen barato el precio de tu asiento. Alguno como aquél Buitre de mirada pícara que desaceleraba dentro del área, jugaba con la excitación de aquellos 90.000 y nos regalaba su inconfundible estampa para el recuerdo.

jueves, 8 de diciembre de 2011

ARCONADA: EL JUGADOR DE UNA GENERACIÓN


Luis Miguel Arconada, el ídolo de muchos niños de la época
No había patio en el que no hubiera uno. O dos, o tres o cuatro. Entre Santillanas y Quinis, entre Camachos y Gordillos siempre nos colábamos unos cuántos que hacíamos portería, dos mochilas a cada lado y dibujábamos un 1 a nuestra espalda. Con lo que no contábamos era con que sus primeros vuelos acabaron sobre la fina arena de las playas de San Sebastián y nuestros forzados aterrizajes lo hacían acompañados del frío cemento de aquellos patios. Pero daba igual, porque todos queríamos ser como él. Y cuando bajo la tenue luz aquellos partidos acababan y mochila a cuestas partíamos hacia casa preguntándonos qué nuevas paradas hacer para mejorar aquella portentosa actuación, la seria mirada de nuestra madre junto a la puerta de casa señalando desafiante su reloj, nos apartaba de nuestro sueño.
-¡No vamos a ganar para pantalones!.- decía mirando la minúscula rodilla que asomaba desde el interior de aquél agujero.
-Lo siento mamá, era Arconada...
Para toda una generación fué nuestro jugador, el número uno de nuestra infancia. El Zamora de nuestros abuelos, el Iribar de nuestros padres, el Casillas de nuestros niños. El más valioso de nuestros cromos. Un pájaro de gesto serio que volaba de un lado al otro de su jaula de tres palos para arruinar el esbozo de pícara sonrisa que el delantero iniciaba al ver la trayectoria ganadora de su disparo. El gran capitán de una Real Sociedad canterana y campeona en los 80. El líder de la furia roja de España. Luis Miguel Arconada Etxarri.
 
Junio del 84 en el Parque de los Príncipes de París. Una falta ejecutada por el gran Platini nos dió la primera bofetada futbolística nacional. La primera de muchas. Era la final de la Eurocopa de Francia´84. Aquél balón del 10 francés no salía de un cañón, ni volaba hacia un ángulo acostada sobre escuadra y cartabón. Aquél balón superó la barrera y pareció pedir permiso, lento su trayecto, para saludar a los guantes de Arconada. Y cuando cuerpo en tierra ya lo tenía, éste se escurrió bajo sus brazos, se burló de España entera y decidió traspasar la fatídica línea. Se nos iba la Eurocopa y la gloria abrazaba al orgulloso galo. Y los niños no entendimos porqué nuestro héroe nos había fallado. Vimos su gesto torcido y todos lo torcimos con él. Vimos sus lágrimas y las nuestras le acompañaron en la distancia. Calló su fracaso como gritó sus éxitos, en silencio. El silencio del héroe que aquella tarde se nos hizo de carne y hueso. Las plumas más críticas golpearon su moral, pero nosotros, los niños de aquella generación, estábamos a su lado porque todos queríamos ser como él.
 
2012, suenan tiempos de Eurocopa, de gestas y reconquistas por tierras del viejo continente. Andrés Palop, niño cuando yo, observaba hace casi 4 años desde el césped del Prater vienés las escaleras que le conducirían hacia su medalla de campeón de la Eurocopa´08. En la victoria sus compañeros recordaban amigos perdidos, otros a sus tierras chicas, pero él quiso homenajear al futbolista de una generación. Se enfundó emocionado la verde y negra del donostiarra y comenzó exultante el ascenso de aquellos eternos escalones que le recordaban lo costoso del camino hacia la gloria. Como cuando llegaba tarde a casa tras esos partidos sin luz, sobre el último escalón no le esperaba el reloj de su madre ni enseñaba la rodilla tras un agujero. Con su medalla le esperaba aquél 10 que nos arrebató la gloria en el 84. Como quién vuelve atrás en el tiempo, el francés miró sorprendido la camiseta de Palop y pareció comentarle con su mirada:
-Esa camiseta me recuerda a alguien-
-Señor Platini, era Arconada...- pareció responder orgulloso Andrés.
Platini puso la medalla sobre el cuello de Palop. Y un poco sobre el de aquella generación. La de los que soñábamos con ser Arconada...

miércoles, 30 de noviembre de 2011

LA TROMPETA DEL FILADELFIA


El Gran Torino, el mejor equipo del Mundo allá por los años 40
Carlo decidió sentarse. A su edad ya había rebasado el límte de pasos permitidos para un corazón cansado como el suyo. Desafió a su físico y trepó hasta lo más alto de aquél pedazo de grada que aún  hoy custodiaba el viejo córner. La conquistó y con gesto de satisfacción acomodó su maltrecho cuerpo sobre aquella desgastada piedra. Habían pasado muchos años desde que allí sentado volvía a tener ante sus ojos el Filadelfia. Casi tantos como la última vez que sobre su verde pasto vió correr a los héroes de su Torino. Imágenes que todavía hoy llevan a sus ojos las lágrimas de la nostalgia. Por su aspecto pareciera como si los actores de aquellas fantásticas actuaciones estuvieran dispuestos para una nueva exhibición. Bastaría un simple filtro en color sepia para plantarse en aquellos duros 40 en Turín. La decadente situación de aquél estadio, nacido en 1906, evocaba tiempos pasados y abría de par en par a su imaginación los libros más bellos escritos por aquél mítico grupo de jugadores que formaron parte del GranTorino.
Dos enormes toros continuan custodiando la casa del pueblo granata.Varias frases pintadas ponen un hilo de voz a sus muros derruidos. Algunas jeringillas, gritan por el auxilio de la actual decadencia. Las porterías, blancas de nostalgia, y sus redes con el dolor aún presente por la cantidad de impactos recibidos. Sólo el ruido del viento se asemeja al aliento de aquella masa enamorada de su Toro. Un equipo que por sí sólo fue capaz de representar a Italia en Europa pintando la azzurra de granate con 10 titulares en su selección. Un país que necesitaba el estímulo de los éxitos de estos hombres convertidos en héroes para superar la depresión a la que le sumió la recién acabada Guerra Mundial.
 
Carlo cierra los ojos. Quiere imaginar aquello como era entonces. Quiere ver subir por las escaleras de sus entrañas dos escuadras que practiquen un fútbol que hoy sólo vive en la memoria. El del ímpetu y la fuerza. El de los símbolos y las grandes hazañas. A un lado el Torino. Camisa grana ceñida y gran calzón blanco. Al otro cualquiera, no importa. Un vistazo a un Toro sobre un pecho granata hacía pequeño al rival más preparado. Y si éste aprieta, allí están los 15.000 del Filadelfia para recordarle al carismático Oreste Bolmida, jefe de la estación de tren de Turín situada junto al estadio y entusiasta seguidor del Torino,que debe tocar a arrebato. Bolmida, conocido como "il trombettiere del Filadelfia", toca con fuerza su cuerno. ¡¡¡Toro, Toro, Toro!!! , el estadio es un clamor, Mazzola se remanga su camisa y en poco la máquina hace añicos a su rival. Era conocido como el "quarto d´ora granata". Quince mágicos minutos para unos muchos y un cuarto de hora infernal para otros pocos. Bajo la atmósfera de aquél mágico Filadelfia cualquier cosa era posible. Las acrobáticas paradas de Bacigalupo, el ritmo infernal de Rigamonti, los goles imposibles de Gabetto, el liderazgo de Mazzola...Eran héroes de otros tiempos, hombres que enfundados en la granata del toro embestían al rival hasta hacerlo enloquecer, hinchaban de orgullo al turinés menos futbolero y esculpían la leyenda de una escuadra invencible.
Victorias aplastantes, resultados imposibles y goleadas insultantes daban forma a un equipo de leyenda. Cinco Scudettos consecutivos les contemplarán, del 45 al 49. Pero no habrá Copas de Europa que los inmortalice ni Balones de Oro que los reconozca entre las listas de los más grandes. Quizá por ello su leyenda sea mayor. Por eso y por el triste final que bajo la niebla de aquél 4 de Mayo de 1949 les esperaba junto a la Basílica de Superga en Turín a la vuelta de un amistoso en Lisboa. Entre los hierros de aquella nave quedó enterrado aquél equipo. Para la huérfana Italia había nacido el mito.
 
El murmullo de unas voces extraen a Carlo de su sueño. Absorto, localiza su procedencia y mira a sus dueños extrañado. Conforme se van acercando su vista cansada distingue el color granata de entre los demás. Son de los suyos. El Toro sobre el pecho lo acaba por confirmar. Son los Angeli del Filadelfia, jóvenes tiffosi del Torino que como iniciativa particular acuden cada cierto tiempo para lavar la imagen del teatro de los sueños de sus padres y abuelos.
Obligados a abandonar su casa del Filadelfia desde mitad de los 60, los hinchas del Torino ven desde la deseperación como la clase política turinesa especula sin escrúpilos con lo que ha sido y es un símbolo de su club y su ciudad. Adecentan y limpian de jeringuillas los aledaños de las gradas y cortan el césped lo suficiente para que aquello se asemeje a lo que antaño fue un campo de fútbol. No quieren que los relatos transmitidos de padres a hijos mueran sepultados bajo inmensos tallos de hierba amarillenta.  Carlo Bolmida les sonríe. Le han despertado de su sueño, sí, pero en el fondo agradece la emocionante iniciativa de unos jóvenes que no quieren ver morir para siempre el más bello legado que su club, que hoy camina sin más pena que gloria por la Serie B, dejó junto a la via Filadelfia de Turín.
Aunque en ese precario estado el Filadelfia cautiva más a su memoria en su viaje a través del tiempo, agradece que ese césped esté preparado por si un día el pitido de un tren que arriva a la estación turinesa, despierta de aquella triste pesadilla en Superga a los Mazzola, Castigliano y Ossora. No sea que los fantasmas del Gran Torino crean haber oído la trompeta de papá Bolmida y no dispongan del mejor Filadelfia para demostrar al mundo entero durante un cuarto de hora quién es el equipo italiano más grande de todos los tiempos...

viernes, 18 de noviembre de 2011

A ESA PEQUEÑA PERSONA...


Adrian y su pasión por el fútbol
Este artículo va dedicado a esa pequeña persona con la que desde hace un tiempo comparto asiento en la montaña rusa de sensaciones en que cada 15 días se ha convertido el Municipal de La Romareda. Camiseta, bufanda, gorro calado hasta las cejas y una pequeña bolsa con bocadillo en una mano. A veces no llego a comprender su capacidad para recordarme que el color del equipaje del portero Roberto es diferente al del otro día ó que el mismo partido el año pasado lo perdimos 1-2 con gol de Negredo cuando el partido ya agonizaba. Lo miro con sorpresa y me sonríe...Pero pensándolo bien esa cabeza no está ocupada por los problemas que nos angustian a los mayores. Bajo ese gorro blanquiazul no hay ni rastro de resultados de ventas, ni hipotecas, ni discusiones de pareja. Quizá un puñado de sumas y alguna resta dejan paso a cientos de nombres de futbolistas, estadios y entrenadores que va descubriendo y que se van acomodando sobre aquella esponja que no para y todo lo absorbe.
Crecí entre balones y libros de tácticas que ojeaba con curiosidad. Entre desplazamientos a los campos navarros y riojanos de aquella potente Tercera de los 80 y el cariño recibido de la gente de Calatayud, Tauste, Mequinenza ó Illueca. Entre la alegría de un ascenso y los nervios de los malos momentos. Uno forja su carácter y personalidad en base a la educación recibida y a todas esas experiencias y sensaciones con las que vives desde pequeñito y que van llenando la mochila vacía de emociones con la que nos presentamos en este mundo. Por eso y porque considero que los años de nuestra infancia son los más bonitos que vivimos, veo en mi sobrino Adrián al niño que yo era hace 3 décadas. Aquél niño que tan pronto alucinaba en el 83 con la pasión de una final de Copa en La Romareda entre merengues y culés como se presentaba todas las tardes de Julio en el Balneario de Panticosa para ver a los Casuco, Güerri y Vitaller zigzagueando entre los árboles. Aquél chavalín que en el 86 se veía a pocos metros de Señor recogiendo la Copa en el Calderón ó bajo el aguacero de aquella semifinal contra el portentoso Ajax de Van Basten en el 87 junto a sus inseparables Jorge y Jesús. Son momentos y sensaciones que vuelven a mi memoria reflejados en esos ojillos vivos que me miran bajo el escudo del León de ese gorro azúl y blanco...
Últimamente sólo quiere ponerse detrás de la portería del Fondo Sur, si es en la primera mejor que en la segunda fila. Seguro que por su mente pasa el ayudar a Roberto en alguna estirada ó el aprovechar algún rechaze que ande suelto para abrir el marcador. Piense lo que piense yo disfruto con la emoción de su cara. Por eso si algún día Adrián escribe sobre su pasión por el fútbol me gustaría que empezara con..."aquellos difíciles partidos en La Romareda con mi tío Luis"...Lo que venga después no importa. Sólo que él lo recuerde con el cariño con que yo lo recuerdo. Te quiero "pichón".

miércoles, 16 de noviembre de 2011

GERRARD: ROJO LIVERPOOL

La tragedia de Hillsborough, un hecho que marcará la carrera de Steven Gerrard
Era un niño que crecía en un entorno feliz. Recibía el cariño que él proyectaba sobre los suyos sin esperar nada a cambio. Hermanos, primos, tíos, todos querían al pequeño. Amante de la natación y las bicis tenía una pasión conocida por todos: el Liverpool, el ciclón de Anfield que dominó el fútbol de las islas durante aquellos mágicos 80. Aquél 15 de Mayo de 1989 era uno de los días más felices de la corta vida de Jon-Paul Gillholey. Y así lo hacía saber a todos su sonriente rostro de 10 añitos y su corazón red que bombeaba ilusión y felicidad desde aquél coche que volaba desde Liverpool rumbo a Sheffield. Un par de valiosas entradas que su padre le había conseguido días antes, le reservaba una plaza en aquél vetusto estadio de Hillsborough para alentar a su equipo del alma en aquella semifinal de la FA Cup contra el Nottingham Forest. Un amigo de la familia que residía en Sheffield acompañaría al pequeño para presenciar lo que para él era algo más que un partido. El poder alentar en un duelo decisivo a los ídolos que empapelaban su habitación. El sueño de empujar a los Rush, Hansen y Barnes hacia la presencia en la final de Wembley por segundo año consecutivo y ante el mismo rival, los otros rojos, los del Forest de Pierce, Walker y Clough. Bufanda, camiseta y gorro hasta las cejas transformaban a aquél inocente chico en un simpático proyecto de hooligan, tiñendo sus 10 añitos de aquél rojo pasión que como Los Beatles en los 60 marcaron con el sello “made in Liverpool” todas sus actuaciones. Conforme se acercaban las 3 de la tarde de aquél primaveral sábado, el fondo de la calle de Leppings Lane, reservado a los supporters del Liverpool, comenzaba a plagarse de camisetas rojas. El "You´ll never walk alone" atronaba desde la grada e invitaba a los chicos de Kenny Dalglish a abandonar rápido aquél viejo vestuario para saltar al césped de Hillsborough y entregarse a aquella fiel afición que nunca les iba a dejar caminar solos. Jon-Paul había conseguido un fantástico sitio en aquél atestado fondo, justo detrás de la portería, uno de esos fondos ingleses donde el empuje de la afición es capaz de convertir en gol aquél centro de imposible remate. Sí, la verdad es que aquél encuentro emanaba aromas de auténtico fútbol inglés, el de la FA Cup, la competición de clubs más antigua del mundo. El ambiente era fantástico, todo estaba preparado y Jon-Paul buscaba desde su corta estatura la mejor perspectiva para ver a sus ídolos. Comienza el calentamiento. Grobelaar, Hansen, Staunton, Nicol...parece que están los mejores. No veo al "capi". Sí, allí está Whelan, y Nicol y Beardsley. ¿Y nuestro hombre gol?. Allí viene, con su bigote y su fusil todavía humeante desde su última conquista. El gran Ian Rush. No se nos puede escapar esta victoria...
 
Pero algo no marchaba bien en los aledaños del estadio. La falta de suficientes efectivos policiales y la excesiva aglomeración de aficionados deseosos de entrar en aquél fondo, muchos de ellos sin entrada, estaba provocando un caos considerable. Los equipos saltan al terreno de juego y el griterío del interior enciende más aún a las miles de personas de allí fuera que no ven la manera de acceder al recinto. Un oficial de policía emite una petición para retrasar el comienzo del partido. Es denegada. La situación se está volviendo insostenible. Dentro, el balón se pone en juego y un par de córners en los primeros minutos para los de Nottingham hacen pensar a Jon-Paul que la presencia en la Catedral de Wembley habrá que sudarla hasta el final. En el exterior se emite la petición de abrir la puerta “C” de salida para aliviar la situación, pero el máximo responsable policial, el Superintendente Duckenfield , también la deniega para evitar el acceso incontrolado a las gradas. El partido en disputa, la masa incontrolada, la policía desbordada y Duckenfield, inexperto con sólo dos semanas en el cargo, que finalmente ordena la apertura de la puerta “C” de salida. La histérica multitud se dirige al interior del recinto por las bocas de acceso que convergen en un único túnel que conduce a la zona central de aquél fondo. Jon-Paul, ajeno a la situación que se está provocando tras de sí, nota cómo la presión de los espectadores situados inmediatamente encima de él le empuja hacia las filas más cercanas al campo. Y allí, a pie de césped, le esperaba aquella maldita ratonera azul que en aquél momento estaba ejerciendo de trampa mortal entre el inocente niño y su pasión por unos colores. Agarró fuerte la mano de su acompañante. La única victoria que ahora importaba era no perder aquella mano salvadora. La presión de la masa incontrolada era insoportable y los gritos de ánimo de aquella gente hacia su Liverpool se tornaban ahora en gemidos de auxilio en busca de una bocanada de aire que aliviara semejante agonía. La policía, presa del pánico e ignorando la cruel batalla por la vida que se estaba librando en ese fondo, pensó que si abrían las vallas la invasión del césped podría provocar una batalla campal entre ambas aficiones. Pero nada más lejos de la realidad...
-¡Está muriendo gente allí dentro!-llegó a oídos del delantero del Liverpool Ian Rush. El árbitro consciente de que algo grave estaba sucediendo tras aquellas vallas decidió parar el encuentro. Pasaban 6 minutos de las 3 de la tarde y para entonces Jon-Paul ya había soltado su mano salvadora y su pequeño corazón ya había dejado de latir. Sus pulmones ya no recibían el aire de Sheffield y con 10 añitos se convertía en la más joven de las 96 almas que aquella tarde pintaron el cielo de Sheffield de rojo Liverpool.
 
De todos es sabida la particularidad y la tradición de la que beben los clubs ingleses en general y el Liverpool en particular. El gusto del seguidor por la tradición de lo añejo, el respeto a todo, hecho ó persona, que haya supuesto algo en la forja del club de su vida. La entrega del jugador por ese escudo cuando percibe semejante identificación entre grada y camiseta. Pocos de estos pueden quedarse ajenos a esa atmósfera que emana de los estadios ingleses durante un encuentro, tenga la importancia que tenga. Miles de gargantas empujándote a enorgullecer esa camiseta con tu esfuerzo. Sólo con eso ya eres uno de ellos. Por eso Steven Gerrard es reconocido a sus 30 años como uno de los mejores jugadores reds de ahora y siempre. Forjado en la cantera de la ciudad en la que nació, su amor al Liverpool hace del 8 un futbolista especial. Desde que Gerard Houlier decidiera en 2003 que Sammie Hyppia cediera la capitanía al jugador inglés, cada partido en Anfield supone para Steven la responsabilidad de comandar a sus compañeros desde los vestuarios hacia el encuentro con aquella gente. El brazalete se aprieta como una segunda piel y por sus oídos se filtran aquellas mágicas letras…♪♫♪ When you walk, through the storm ♫♪♫…No les pueden fallar, claro que no...♪♫♪ Hold your head up high ♫♪♫…Una mirada a ese escudo sobre aquellas escaleras le recuerda que está en Anfield. Pisa firme el césped y su mirada se clava en el fondo de The KOP.  Está repleto como de costumbre y su acústica y colorido son incomparables. Todavía hoy por un momento sonríe y cierra los ojos. Y en su imaginación observa a un aficionado de unos 32 años que devuelve la sonrisa orgulloso de su capitán. Un aficionado que es, en palabras de Gerrard, su verdadera fuerza y motivación para convertirse en el líder de su Liverpool. Es su primo Jon-Paul Gillholey que desde The KOP le grita al 8….. ♪♫♪ and you'll never walk alone, you'll never walk alone ♫♪♫.

lunes, 26 de septiembre de 2011

EL BALÓN DEL 66

Helmut Haller perdió la final del 66, pero aquél balón descanso en su casa durante muchos años
Aquella tarde de 1996 el cincuentón Helmut había decidido abandonar antes de tiempo a su rubia y espumosa compañera de todos los días y había dejado sin gol aquél centro que tantas y tantas veces le hacían rematar sus compañeros de tertulias futboleras de aquél lujoso Restaurante que él regentaba. Hoy lo habían notado especialmente intranquilo y algo más distante que otras veces en las que su potente voz se elevaba sobre el resto y se erigía en el centro de atención de aquellas reuniones que giraban en torno al balón y los éxitos de la Mannschaft.
Hacía frío en Augsburg y Helmut caminaba pensativo hacia su casa donde ya le esperaba aquél periodista del Daily Mirror, ése pérfido inglés que le iba a tomar prestado para siempre su pequeño pedazo de historia. Se saludaron educadamente y charlaron de manera amistosa antes de que el rubio anfitrión condujera a su invitado hacia el sótano de su casa. El inglés tomó asiento y Helmut apartó varias botellas de aquél inmejorable vino que se degustaba en su Restaurante para descubrir entre ellas una caja negra que contenía el motivo de la visita del periodista británico. Inquieto la abrió, sacó su contenido del interior y lo lanzó al aire. Su color naranja había perdido la viveza de aquél verano del 66 y el paso del tiempo había acartonado ligeramente sus 24 gajos alargados, pero era inconfundible. Era el Slazenger, el balón de aquella final entre ingleses y alemanes.
 
Una vez el suizo Gottfried Dienst pitó el final de aquél encuentro, la locura entre los ingleses se desató. Corría el 30 de Julio de 1966 y por fin podían mirar cara a cara y orgullosos a su invento de mediados del siglo anterior. Habían derrotado por 4-2 a la rocosa Alemania de Seeler, Overath y Beckenbauer y eran los Campeones del Mundo. Los abrazos se sucedían, las lágrimas aparecían entre los héroes del escudo de los tres leones, pero el balón de aquél partido se aferraba a los brazos de un rubio alemán. Quizás para no borrar nunca la brizna de cal que pudiera quedar sobre su piel naranja y guardar para siempre la única prueba de que aquél 3-2 nunca debió subir al marcador. Quizás como él decía, porque existía una tradición por la que el ganador recibe el trofeo y el perdedor se lleva el balón. Ó como un gran recuerdo para su pequeño Jürgen, del Mundial en el que su padre destacó entre figuras como Charlton, Eusebio ó Beckenbauer. Fuera por el motivo que fuera, por tradición aquél balón no le pertenecía. Y de tradición y fútbol nunca se le debe discutir a un inglés. El propietario de aquél balón tras el pitido final no era otro que el goleador del West Ham Geoff Hurst, autor de 3 goles en aquella final. La grandeza del verdadero logro conseguido hizo que aquella tarde ese detalle permaneciera en un segundo plano y la tradición sucumbiera ante el despiste del exultante delantero. Pero la nostalgia del 10 inglés y la coincidencia del trigésimo aniversario de aquél hito con la celebración de la Eurocopa´96 en su país provocó que varios diarios deportivos británicos se pusieron manos a la obra para que el balón de aquella mítica final descansara para siempre en suelo inglés.
 
Habían pasado 30 años desde que el zurdazo de Geoff Hurst en los últimos segundos de aquél partido, besara por cuarta vez las mallas de la portería del alemán Tilkowski en aquella final de Wembley. Desde el momento en que el balón salía de aquellas redes y hasta ese frío día de 1996 en Augsburg, el balón tuvo un sólo dueño. El mismo que en aquella final y con el 8 a la espalda del combinado alemán, silenciaba la Catedral londinense con un derechazo en el minuto 12 ante el que nada pudo hacer el "Chino" Banks, para poner el 0-1 en el marcador. Ese rubio cincuentón que ahora remata recuerdos en las tertulias de su Restaurante de Augsburg. El gran Helmut Haller.
Haller entregaba con suma elegancia su conquista de aquél lejano Julio del 66. Entendía la importancia que el pueblo inglés otorga al fútbol y a sus símbolos. Quería que aquél balón descansara cerca de quién mayor gloria le dió con 3 golpeos para la historia. Jürgen, ya treintañero, despedía a su inseparable compañero de juegos en aquél sótano. El compañero de los 24 gajos al que pateaba ignorando que poco tiempo antes papá Helmut había enviado a la red en los comienzos de la final de un Mundial para enmudecer a todo un estadio repleto de ingleses...

jueves, 8 de septiembre de 2011

COLOURFULL-11

Ruud Gullit perdió a parte de sus amigos en la catástrofe del Colourfull-11
Gullit estaba roto de dolor. Por su cabeza se enredaban los recuerdos de aquellos inviernos en los que eran los amos de la Plaza Balboa, al sur de Amsterdam. Los cientos de partidos callejeros, las decenas de heridas de guerra provocadas por el asfalto y la vuelta a casa, abrazados y satisfechos tras el imaginario pitido final al que incitaba la baja niebla y la tenue luz de las viejas farolas. Aquellos veranos sobre el verde del Parque Erasmus, jugando a ser el Flaco Cruyff y provocando entre los rivales la sensación de que no había nada que hacer. Y por sus mejillas las lágrimas que despedían al amigo que marchaba para siempre acompañadas por unas palabras de despedida al compañero de los sueños tras un balón: "Jerry, si me oyes, quiero que sepas que te quiero", fue la última frase de su discurso.

En aquella Amsterdam de principios de los 70 ser negro y de Surinam no te lo ponía fácil. Geográficamente, Surinam no pasaba de ser una muesca en el mapa al norte de Brasil e históricamente una tierra ansiada por colonos europeos. Desde la antigua colonia holandesa habían llegado multitud de familias buscando un futuro más próspero que el que les auguraba en su pequeño país de origen y había que andarse listo para no acabar en el furgón de cola de la sociedad neerlandesa. Pero si Dios te había dotado de unos pies hábiles para manejar un balón y de una cabeza capaz de ordenar los rápidos movimientos de estos, todo se veía de otra manera. Y así lo veían Ruud Gullit, Frank Rijkaard y los hermanos Haatrecht, Jerry y Winnie. Almas libres volando tras un balón. Inseparables forjadores de sueños y talentos de puro fútbol con ancestros comunes en la pequeña Surinam. A su temprana edad, dominaban las artes del balón como nadie y se divertían con su juego de fuerza y combinación. Soñaban que un día volverían a su país natal convertidos en grandes futbolistas. En aquellos primeros 70 Europa se teñía de naranja con el triple reinado del Ajax con un estilo técnico y atrevido y mostraba el camino del éxito a la juventud de la época. Pero los destinos de todos ellos no van a seguir los mismos caminos. Ruud y Frank dominarán Europa vestidos de naranja y rossonero. Los hermanos Haatrecht leerán en los periódicos las hazañas de sus excompañeros de goleadas en la Plaza Balboa. Sus destinos, equipos holandeses de segunda fila.
 
A comienzos de 1986, el distrito de Amsterdam Bijlmer rezumaba marginalidad y pobreza a partes iguales y era residencia habitual de una de las más grandes colonias surinamesas de la capital. Paradojas de la vida, sobre su tierra se levantarán los cimientos del inmenso Amsterdam Arena. Sony Hasnoe, uno de los trabajadores sociales de aquél barrio, decidió que el deporte podría influir positivamente en aquellos jóvenes deprimidos por el desempleo y marginados por el racismo y se animó a crear un equipo de fútbol, el Colourfull-11. Integrado principalmente por futbolistas profesionales de origen surinamés de diversos equipos de Holanda, Hasnoe buscaba que aquellos jóvenes deprimidos de futuro incierto encontraran en el Colourfull-11 un ejemplo de superación a través del deporte. Ya ese mismo año el campeón de la liga de Surinam, el SV Robinhood, voló a Holanda para disputar un partido contra el Colourfull 11. Surinameses de Surinam contra surinameses holandeses. Los tulipanes contra sus raíces.

Ruud Gullit goleaba por partida doble en el Camp Nou para ayudar a su equipo a levantar la primera de las dos Copas de Europa consecutivas que Franco Baresi levantará orgulloso al cielo del viejo continente. Corría el 24 de Mayo de 1989 y Jerry Haatrecht veía emocionado por la tele a Ruud corriendo extasiado con su primera Copa de Europa con el Milán. Hacía varias semanas que había terminado su temporada con el VV Neerlandia´31 de la Tercera holandesa y ahora disfrutaba en la distancia del éxito de su amigo. ¡Cuántas veces soñaron despiertos con ese momento y cuántas Copas levantaron al aire sus manos vacías en aquellos lejanos años de su infancia!. Pero aquél sentimiento de nostalgia no era el único que invadía sus entrañas. Hacía unos días que el seleccionador del Colourfoul-11, Nick Stienstra, le había convocado para viajar el 7 de Junio a Surinam para disputar una serie de partidos contra equipos locales. En un principio el seleccionado era su hermano Winnie, pero la disputa durante esas fechas del play-off de descenso con su equipo el Herenveen, impidió su selección y abrió las puertas a la convocatoria de su hermano Jerry que tardó en dar el sí lo mismo que su corazón en latir a mil por la ilusión de saber que iba a volar por primera vez a la tierra que le vió nacer.

Un fallo humano, un árbol, la niebla, ó simplemente el destino. Cualquiera de estas circunstancias se pueden relacionar con lo que sucedió a las 04:36 de aquél 7 de Junio. Pero Jerry estaba en ese avión y Ruud no. A la ilusión de uno nadie le puso trabas a la hora de embarcarse en ese avión. Aquél proyecto de gran jugador convertido en futbolista por afición volaba entusiasmado. Al otro, esa ilusión se la cortó la realidad del fútbol de verdad. El de los autógrafos y los megacontratos. El de las Copas de Europa a pares. El Milán no le dejó ir. Cuando el DC-8 de la Surinam Airways se estrelló muy cerca de la pista de aterrizaje de Paramaribo, cientos de historias por contar saltaron por los aires. Miles de abrazos por un reencuentro soñado se perdían entre aquellos hierros. Una generación de futbolistas holandeses se perdía para siempre sobre la tierra que los vió por primera y última vez.
Tras aquellas lágrimas, Gullit se imaginaba en la Plaza Balboa tirando paredes junto a los Haatrecht, y a Rijkaard custodiando su defensa. Compartían el sueño de ser como Cruyff. En aquél 1989 sus vidas eran distintas pero el sueño de volar juntos a sus orígenes siempre estaba allí. Gullit despedía a su amigo de partidos en el Parque Erasmus. Se veía rematando un centro medido de Jerry. Y en algún momento volviendo juntos como estrellas a Surinam...


lunes, 15 de agosto de 2011

HISTORIAS DE MAGOS Y LEONES

Tardelli y su gol a Alemania en el Bernabeu
Vestían de Adidas. Sí, la Adidas del trébol, la original. La que en la actualidad los amantes de lo retro dan sus brazos y gran parte del papel con valor de sus billeteras por una de ellas. La ropa, ceñida como una segunda piel, mostraba los cercos del esfuerzo realizado por unos semidesconocidos, deseosos de darse a conocer ante el gran público. Mientras que la pobreza marcaba los rostros de unos, peinados afro poblaban las cabezas de los otros. Venían del centro de sus continentes. Eran El Salvador y Camerún. Unos vivían envueltos en guerrillas. Otros progresaban lentamente tras más de 20 años de ansiada independencia. Y bajo el sol patrio, nuestro Mundial. El del 82.

El pasado 10/08/11 iban a enfrentarse en el Coliseum de Los Angeles El Salvador y Camerún, aunque finalmente el partido no pudo disputarse por problemas con los visados cameruneses. Han transcurrido casi tres décadas desde que ambas selecciones compartieran estancia en un Mundial en el que el mayor atractivo con el que contaban era el exotismo que emanaba su presencia, con dos conceptos diferentes sobre el fútbol, aunque con el trabajo y el esfuerzo en la vida por bandera. El toque y la pausa centroamericana, sólo hecha añicos cuando, bajo el incisivo sol del Levante español, Jorge González miraba cara a cara al Rico Pérez y al Nuevo Estadio de Elche y decidía que hora de divertirse. Pegaba la pelota a sus pies, y encima de estos, dos finas batutas comenzaban un macabro truco de engaños y mentiras, de arranques y parones, de los que el Mago salía airoso con la pelota entre sus pies, camino de una nueva actuación. Mientras eso sucedía, el futuro le reservaba una plaza en nuestra Liga en el único equipo capaz de entender una idiosincrasia como la del Mágico, el Cádiz. Bajo tierras gallegas, la fuerza africana. Un don intrínseco al hombre de color al que a menudo unía el orden europeo al que le sometió el francés Jean Vincent desde el banquillo. Y entre fuerza y orden dos mitos, uno en la punta y otro bajo los tres palos, comenzaban a forjar sus leyendas sobre el pasto de Balaidos y Riazor. Roger Milla delante. TomyKono detrás. El primero delineaba los primeros trazos de esa romántica historia de un León Indomable que desafió a un cazador llamado tiempo y al que derrotaría 12 años después con su gol a Rusia en USA´94, rubricando esa historia con su firma en el libro de oro del balompié mundial. El segundo para ver cómo en una tierra de meigas, la magia del fútbol convertía un León de piel negra en un periquito de plumas blancas y azules que volaría hacia el barrio barcelonés de Sarriá tras sus formidables vuelos y zarpazos ante peruanos, polacos e italianos. Mientras que Mágico formaría parte del once del Mundial y estamparía su firma en un club Europeo, su equipo navegaba a la deriva y naufragaba partido tras partido en esta su segunda participación mundialista tras Mexico´70. Hungría obligó a Luis Guevara a recoger hasta 10 veces el balón de las redes salvadoreñas para poder continuar el partido. En cambio los esforzados africanos, en su presentación futbolística al mundo, consiguieron tablas en los tres partidos e hicieron pensar a los favoritos transalpinos que este no era su Mundial. Días después, desde Yaoundé, verían a Tardelli gritar GOOOL al mundo en aquella fantástica final del Bernabéu.

29 años más tarde los rumbos de ambas selecciones son tan divergentes como los caminos que tomaron las vidas de sus estrellas. La presencia de "la Selecta" en una cita importante es una quimera aunque Mágico sigue siendo el más grande en El Salvador. Y en Cádiz. Nunca sabremos si, caso de haber respetado la disciplina de este deporte, podría haber compartido silla en el Olimpo de los Dioses del balón de cuero. Pero no habría sido Mágico. Ser como era y como es, agranda su leyenda. Jugar por diversión. Rendir cuentas a tu talento, no a tu ego. Recibe homenajes, da su nombre a estadios pero paralelamente su vida cabalga de manera anónima en la búsqueda de la felicidad a lomos de uno de sus principios: -"Mi obsesión fue ser feliz sin pisar a nadie"- Casi tres décadas después, en la tierra de la eterna esperanza del fútbol africano, los niños de Camerún intercambian los cromos de sus compatriotas repartidos por las mejores ligas europeas, mientras su selección aparece siempre en las quinielas de equipo revelación en las citas mundialistas. N´Kono continúa ligado al futbol profesional como entrenador de porteros en el equipo que le trajo de la mano a nuestro país, el RCD Español, y el eterno Milla ocupa cargos ministeriales, representa a importantes organismos internacionales y en su vida diaria transmite la misma alegría que cuando celebraba sus goles.

En las calles de San Salvador y Yaoundé los niños juegan. En la capital salvadoreña los nuevos magos regatean las balas de las Maras pandilleras. En el país africano Los Leones ahora visten de Pumas y su torsos mojados ya no se perciben tras los nuevos tejidos. Para unos González es un apellido mítico, de otra época. Los otros quieren ser Eto´o. Pero a pesar de sus diferencias, lo que esos niños no saben es que durante el verano de 1982, unos señores de peinado afro y camisa con trébol junto a otro que llamaban y llamarán el Mágico, pusieron a sus humildes países en el mapa del fútbol mundial. Eso fue en España, al calor de aquellas tardes de verano.

domingo, 7 de agosto de 2011

CUANDO QUERIA SER UN GUERRERO...


Estaba sólo dentro de ese vestuario. El olor era fuerte y junto a los bancos el suelo estaba repleto de vendas, tiritas, botes y parches de todo tipo. Todavía se respiraba humedad en el ambiente y aún resonaban los ecos de la batalla que allí se había librado. En la pizarra lineas y flechas que subían y bajaban y nombres ilegibles que intentaban componer el dibujo de la victoria. Y en la camilla, todavía dibujada la silueta del último guerrero herido. Un señor con un enorme cesto se sorprende al verme allí y sonriendo me pide el balón que ya casi ni me acordaba que llevaba entre mis manos. Lo guarda junto al resto y pasando su mano sobre mi cabellera, señala uno de los bancos y me pregunta si me gustaría ser futbolista. Salgo de mi sueño y vergonzoso asiento con la cabeza y marcho corriendo en busca de mis hermanas. Era el vestuario de uno de los equipos que entrenaba mi padre. No recuerdo si el encuentro fue bueno ó malo. Ni tan siquiera cuál fue el resultado. Sólo se que eso lo hacía a menudo y forma parte de mis recuerdos. Recuerdos en los que yo quería ser un guerrero de otro tiempo que luchara a brazo partido cada 7 días durante 90 minutos...