domingo, 3 de mayo de 2015

RAFAEL BALLESTER Y EL ORIGEN DE LAS TANDAS DE PENALTIS

Antonin Panenka, leyenda de las tandas de penaltis
La soledad de Roberto Baggio entre 95.000 almas entregadas y su mirada dolorida al césped del Rose Bowl. El balón todavía cayendo de arriba y a unos metros Taffarel arrodillado y señalando al cielo agradeciendo tanta gloria. El Bayern de Kahn enviando a Cañizares a recoger nada más que una triste medalla. No habrá más premio. Juramentos, lágrimas y una toalla roja en San Siro. Urruti en dos atajadas para media Copa en Sevilla, un héroe. Duckadam, sacándolo todo, la leyenda. John Terry resbalando al golpear cuando ya se abrazaba a ella. Eloy y Joaquín construyendo ante belgas y coreanos aquél maldito muro llamado Cuartos. Cesc Fábregas derribándolo y dejándonos ver que había vida más allá de aquella pared. Son las fatídicas tandas de penaltis y algunas de las mágicas estampas que a lo largo de la historia el fútbol nos ha ido dejando. La gloria o la decepción. El héroe o el villano. El título o la nada. La cabeza fría cuando ya no quedan piernas. La resolución menos injusta a un empate. La evolución más justa del fútbol al lanzamiento de una moneda o la extracción de una papeleta, práctica común durante muchas décadas para determinar un ganador en caso de empate. España lo sufrió en sus carnes. Cuando el pequeño Franco Gemma extrajo el papel con el nombre de Turquía para dejar a España sin plaza en el Mundial de Suiza en 1954. Ramallets podría haber sido héroe decisivo ante los turcos en caso de haber existido las tandas de penaltis por aquél entonces. Años después muchos otros habrían preferido un cara o cruz o una mano inocente antes que sellar para siempre su historia personal con el beso amargo de una derrota.

Y aunque oficialmente la idea es atribuida al árbitro alemán Karl Wald que fue quien, contando con el apoyo de la Federación Alemana la patentó en 1970, la idea original nació en el sur de España, más concretamente junto a la Tacita de Plata, en Cádiz. Rafael Ballester, directivo del Cadiz C.F. y amante empedernido del fútbol y sus normas no soportaba la idea de que un partido de fútbol que acabara en empate se decidiera con una moneda al aire o con la repetición del mismo. El metal era demasiado frío para algo tan pasional como el fútbol. La repetición era costosa en Torneos tan cortos como el Ramón de Carranza. Por eso y como columnista del Diario de Cádiz ya sugirió en 1958 en uno de sus artículos erradicar estas fórmulas. Sugerirá desde esas líneas que el vencedor sea el equipo al que le hayan botado menos saques de esquina en contra. La idea no cuajará y será en 1962 cuando la organización del Trofeo Ramón de Carranza encargue a Rafael Ballester la solución si el empate persiste tras la prórroga. Cada equipo lanzaría cinco penaltis. No sería de manera alterna si no consecutivamente. No hubo que esperar mucho para ver su puesta en escena. Ese mismo año, en la final del Torneo, F.C. Barcelona y Real Zaragoza llegan empatados a uno al final de la prórroga. El pateo del zaragocista Duca se convierte en el primer lanzamiento de un penalti en una tanda. Tras su gol llega el de Seminario, los fallos de Lapetra y Santamaría y el tanto del portero Yarza. En la otra portería y por el Barça anotan Benítez y Re, fallan Camps y Cubillas y convierte Rodri. Tres a tres. Vuelve a lanzar el Barça otros cinco lanzamientos convirtiendo los cinco. Cuando Duca lanza el primero de la nueva tanda para los maños el balón se va al palo. No hace falta seguir. El Trofeo es para el F.C. Barcelona. Los allí presentes serán espectadores de lujo de un hecho que marcará el discurrir del fútbol y llenará sus páginas de tardes de contrastes, emoción e imágenes para el recuerdo. Fue la primera tanda de penaltis de la historia.

Pero si a alguien una tanda de penaltis le supuso la gloria para toda una vida ese será el checo Antonin Panenka. Será en la Eurocopa de 1976 en Yugoslavia. El primer Campeonato importante en el que todo llegó hasta el final en empate y se iba a decidir desde el punto fatídico. Delante de la sorprendente Checoslovaquia la campeona de Europa y del Mundo Alemania. Delante del decisivo lanzamiento de Panenka el mejor portero del momento, Sepp Maier. Lo que vino después todos lo conocemos. Maier a un costado, el pie del checo acariciando las costuras del balón y el lento caminar de este por el centro de la portería hasta besar la red. Surgirán imitadores con suerte dispar pero aquél genio del bigote pasará a la historia por su osadía. Una moneda al aire nos hubiera privada de ese gesto mágico y a Antonin de su momento para siempre. Y un poco de culpa en eso tiene Rafael Ballester, gaditano y cadista a partes iguales. Vecino de la tierra del duende, la chirigota y la buena vida. Allí junto a las nubes, desde lo alto del Estadio Ramón de Carranza donde Carmelo era Beckenbauer de la Bahia y Gonzalez un mago Salvadoreño, Rafael Ballester conversa de fútbol junto a otros ilustres cadistas como Manuel Irigoyen. Están preocupados con la marcha de su Cádiz. Algo habrá que inventar. Como aquellas promociones de ascenso de Don Manuel para agarrar a su Cádiz a la Primera División de aquellos primeros años 90. Como aquellas tandas de penaltis de Don Rafael, de las que el mundo y Antonin Panenka en especial siempre le estaremos agradecidos.