miércoles, 26 de julio de 2017

ALAN SHEARER, CIENTOS DE GOLES Y UN BRAZO EN ALTO

Publicado en la web de www.espaciopremier.com

Alan Shearer, leyenda del fútbol inglés

No saludaba a ningún amigo escondido entre la grada. Ni levantaba diligente su brazo derecho como en la antigua escuela a sabiendas de conocer la respuesta a una difícil pregunta. Ni siquiera pedía un taxi. No, aquello no era un centro de enseñanza, aunque siempre algo se aprendía. Tampoco era un espacio para taxis, pero sí un lugar en el mundo para tener muchos amigos al abrigo de las eternas viseras de chapa de aquellos estadios ingleses que entremezclaban tradición y modernidad. El veterano Alan Shearer lo había vuelto a conseguir. El portero desparramado, el balón en la red, una exultante sonrisa y su brazo derecho levantado viajando hacia una nueva celebración. Una inconfundible estampa que se repetía una y otra vez cada fin de semana por los campos del fútbol inglés. Donde ahora se escenifican irritantes coreografías, un sencillo gesto como ese le bastaba al nueve inglés para acompañar a su nueva captura camino de la inmortalidad. Pero el de aquella tarde del 7 de Enero de 2006 en St.James´Park tenía un significado especial. Shearer recogía el taconazo de Albert Luque para batir a Pressman, guardameta del modesto Mainsfield. Con ese tanto igualaba los doscientos que desde hacía casi cinco décadas mantenía a Jackie Milburn en lo más alto como máximo goleador histórico del Newcastle United. Y lo hizo en la FA Cup, en su casa y frente a la grada de Gallowgate End, el fondo que el pequeño Alan ocupó cuando era niño para ver a los ídolos del equipo de su ciudad. Allí donde la leyenda de Milburn corría como la pólvora de padres a hijos y se engrandecía al paso de los años. Shearer llevará la marca hasta los 206 goles y con 36 años lo dejará. No habrá más celebraciones. Se sacará el brazalete de capitán, aparcará su fusil y bajará su brazo derecho para siempre.

Alan Shearer cambió los goles por los micros. Ahora comenta partidos de la Premier para el espacio de la BBC “Match of the day”. Se siente cómodo, aunque siempre con la incógnita de qué será de él tras una mala tarde en un hábitat que no es el suyo. Allí abajo, de corto y sobre el verde, sabía que tras un mal día siempre le esperaba otra oportunidad. Mira hacia atrás, satisfecho de su carrera y la forma de conseguirlo. El esfuerzo, la ilusión, la perseverancia. Siempre imaginando el próximo gol. Inventando remates imposibles. Haciendo de su eficacia un arma y de su oportunismo una virtud. Convirtiéndose en un santo en The Dell. Debutando en el fútbol de verdad haciéndole tres al Arsenal cuando todavía guardaba repetido el cromo de alguno de sus rivales. Dejará Southampton para que el Dios Le Tissier gobierne solo y para siempre a los Saints. Rechazará al todopoderoso Manchester United y se unirá a Kenny Dalglish para liderar una de las historias más maravillosas jamás contadas. El sueño hecho realidad de la pequeña Blackburn y su Rovers tocando el cielo en Anfield en aquella mágica tarde de Mayo del 94. Título de la Premier y la confirmación de una máquina casi perfecta de hacer goles. Más de treinta en cada una de las tres últimas que Ewood Park disfrutó del portentoso goleador de Newcastle. Shearer mira hacia atrás y se siente un afortunado. Ha hecho lo que siempre más le ha gustado y mejor sabía hacer. Y acertadas o no tomó las decisiones que en cada momento creía correctas. Escuchando atento, en algunas de ellas, lo que dictaba su corazón. Goleando, aunque sin premio final, en la Eurocopa de su propio país en 1996, Shearer era ya objeto de deseo de los grandes del fútbol europeo. Sir Alex Ferguson volvió a llamar a su puerta. Allí los títulos estaban prácticamente garantizados. Un transatlántico europeo que ya cogía velocidad para un día atracar en Europa y dominarlos a todos. Pero Kevin Keegan, un mito entre los Magpies, llegó para cambiar la historia. Ofreciendo a Shearer lo que siempre había soñado. La posibilidad de ganar esos títulos en el equipo de su vida, el Newcastle United. Convirtiéndolo en ídolo y auténtico líder de un equipo armado al nivel de los mejores. Ginola, Asprilla, Les Ferdinan, Robert Lee…A lo largo de estos diez años tocarán varias veces el cielo pero aunque el club hizo todo lo que estuvo en su mano, siempre habrá alguien mejor que ellos.


Alan Shearer mira para atrás y sonríe. Nadie ha hecho más goles en Premier League. Nunca se arrepentirá de haber cambiado el éxito asegurado de Manchester por la sensación de un gol vestido de blanco y negro en St. James´ Park. Y eso el aficionado es algo que nunca olvida. -"El mejor día de mi carrera fue el día que superé el récord de Jackie Milburn en St.James'Park. La atmósfera de ese día fue increíble. Si pudiera haber embotellado ese sentimiento, lo habría hecho”. Y de haber sido así, seguro que junto aquella mágica Premier con el Blackburn, como un trofeo más, descansaría ahora en la vitrina de su casa. Seguramente no habrá mejor título que ese para Alan Shearer. El fantástico artillero de Newcastle cuya silueta ganadora con el brazo en alto y su exultante sonrisa no dejaba lugar a la duda. Lo había vuelto a conseguir.

miércoles, 25 de enero de 2017

JIMMY GREAVES, LAS VIDAS DE UN GOLEADOR





“Una vez tuve una sequía de gol. Fueron los peores 15 minutos de mi vida”. El público rompe a reir como acostumbra a hacer con cada irónico y jocoso comentario con los que el ya sesentón Jimmy Greaves salpica sus actuaciones desde los escenarios de los mejores locales de Londres. Bajo aquél canoso bigotón, Greavsie también esboza una pícara sonrisa. Sabe de lo presuntuoso y exagerado de aquella aseveración. Pero para sus adentros y para quienes le conocen saben que el bueno de Jimmy no va muy desencaminado. Pocos han tenido esa habilidad y eficacia en el noble arte del gol. Nadie habrá hecho más goles desde entonces para alguna de las grandes ligas europeas. Son los primeros años del nuevo milenio y toda aquella vida de éxito acomodando balones en el fondo de las porterías inglesas y las miles de anécdotas vividas allá por los 60, forman parte de su repertorio. Su estilo cercano, canchero y socarrón entusiasma a un público que ve en su ejecución la misma facilidad con la que apiló aquella montaña de goles en la que desde entones continúa descansando en lo más alto. Jimmy Greaves disfruta de manera tardía de lo que él mismo considera su segunda vida. Esa que cumplidos los treinta lo empujó desde la cúspide y sin avisar a un mundo desconocido en el que ya no valía con ser el mejor en lo único que llevaba haciendo desde niño. Meter goles.
 

El 20 de Febrero de 1940, recién iniciada la Segunda Guerra Mundial y meses antes de los bombardeos alemanes sobre las principales ciudades de Inglaterra, nacía James Peter Greaves en East Ham, cerca de Londres. Nunca fue un brillante estudiante. Quizás porque como a la mayoría de aquellos pequeños ingleses aprender un nuevo regate le parecía más importante que el lenguaje, el álgebra o las ciencias sociales. Jugar al fútbol era su vida. Todo el día si podía ser. Hasta que al caer la tarde, la tenue luz de las farolas no permitía distinguir rivales de amigos y decretaba para desencanto de aquellos niños el final de la contienda. Sobre aquellos húmedos empedrados de East Ham, Jimmy se distinguirá como uno de los mejores. El mejor cuando de hacer goles se trataba. Pronto llamará la atención del Chelsea que lo incorporará a sus categorías inferiores hasta que en 1957 hará su debut con el primer equipo. El rival, cosas del destino, el que será el equipo de su vida, el Tottenham. Lo hará con gol, como hizo con cada camiseta con la que debutó, incluida la de la Selección inglesa. Tras 4 años, 132 goles y 2 veces máximo artillero del Campeonato con los de Stamford Bridge, no pudo rechazar los cantos de sirena de un fútbol italiano económicamente mucho más poderoso por aquél entonces. Corría la 61/62 y el A.C. Milán de Cesare Maldini, Trapattoni y Rivera, a la postre Campeón de Europa la siguiente temporada se hacía con sus servicios. Su estilo imprevisible, su futbol de calle, su facilidad para moverse a su antojo para sin esperarlo acudir a la hora prevista a su cita con el gol, chocarían frontalmente con las ideas del técnico Nereo Rocco. Bajo los cimientos del Giusseppe Meazza, sobre la pizarra de sus vestuarios, Rocco esbozaba ya los trazos originales del primer catenaccio. Un estilo que viajará para quedarse en la genética del calcio italiano para siempre y que el inglés nunca asimilará. Greavsie dejará 9 goles en 13 partidos antes de volver a la libertad y el fútbol de ida y vuelta que su país le ofrecía. Bill Nicholson ofrecerá la curiosa cantidad de 99.999 libras para traerlo a su Tottenham y para que desde allí escriba las páginas más importantes de su carrera. Con aquella llamativa cifra no quiso que cayera sobre sus hombros la presión de convertir a Greaves en el primer jugador por valor de 100.000 libras. A partir de allí una cascada de éxito, títulos y goles. Goles de todas las facturas. Con una pasmosa facilidad sólo al alcance de muy pocos. 268 en 381 partidos. Goles decisivos, de cabeza, de tijera, de penalty, para cerrar goleadas. Goles que ayudaron a los Spurs a levantar dos FA Cups y una Recopa de Europa en 1963 y que convirtieron a Greaves en 4 veces más máximo goleador del Campeonato inglés. Su fama le puso a la altura de un grande de la época como Bobby Charlton. Junto a él jugó los mundiales del 62 y del 66, este último, en el que Inglaterra conquistaría el título en su propio país. Pero a pesar del éxito obtenido, aquél Campeonato supuso una enorme decepción para Jimmy Greaves. Aquél torneo llegaba en su mejor momento. Participó como titular en la primera fase pero cayó lesionado ante Francia en el último partido. Su lugar en el once titular en las rondas finales lo ocupará Geoff Hurst. Para la gran final Greaves ya recuperado esperaba recuperar su sitio en el once inicial pero el técnico Alf Ramsey siguió contando con Hurst. El hueco que la historia le tenía reservado lo ocuparon su compañero Hurst y sus tres goles en Wembley. La memoria del mundo del fútbol es corta y exigente el público con sus ídolos En la temporada 69/70 Greaves bajó su rendimiento y el interés del Tottenham en hacerse con los servicios del internacional del West Ham Martin Peters, llevó a un trueque y dio con Greaves en los Hammers. De allí en adelante su carrera se lanzará paulatinamente hacia un triste ocaso distorsionado tras el cristal de cientos de jarras de cerveza y decenas de botellas de vodka. Mediados los 70 intentará volver en equipos que hacían su camino por los suburbios del fútbol inglés, pero el alcohol ya había convertido aquella perfecta máquina de golear en un ex-futbolista sin rumbo.


Jimmy Greaves tocó fondo, se arruinó y lo perdió todo, incluida a su familia, hasta que en 1978 y tras pasar por varios centros de desintoxicación, tomó su último trago y se juró que ya no lo haría más. Se alejó para siempre del alcohol e intentó reconstruir su vida en busca de una segunda oportunidad. Su carácter afable y extrovertido le llevaron junto al ex-jugador del Liverpool Ian St. John a encontrar un hueco en los medios de comunicación. Ambos condujeron con éxito entre 1985 y 1992 el espacio televisivo “Saint and Greavsie” que analizaba desde un punto de vista divertido y diferente la inminente jornada de la Liga Inglesa. El fútbol más profesionalizado llegó y con ello la Premier League. No había hueco en ese escenario para la diversión de Saint y Greavsie. Pero Greaves se sentía bien en los medios. Cuando esa etapa terminó y aprovechando su tirón mediático se lanzó a los escenarios. Desde allí, y con su inconfundible estilo, contará al público presente los avatares de su vida. Cómo ser campeón del Mundo y sentirte frustrado. Cómo cambiar los billetes de la bella Italia por volver al encanto de tus maravillosas Islas. Cómo ser el mejor goleador del momento y que 15 minutos de sequía supusieran lo peor de tu vida. Una sequía que más adelante necesitó para apartar aquellas malditas botellas y poder disfrutar así de una segunda vida. Esa que cuando los grandes focos se apagaron y el balón dejó de rodar nadie le había enseñado a vivir. Y es que hasta ese momento el bueno de Greavsie vivía dedicado a lo que mejor se le daba. A divertirse fabricando una imponente montaña de goles.