miércoles, 11 de noviembre de 2015

FERNANDO PEYROTEO, CARTAS DESDE UNA MONTAÑA DE GOLES

Publicado en el número 58 de Kaiser Football

Fernando Peyroteo, mito goleador del Sporting de Lisboa de los años 40
Todavía humea el recuerdo del último disparo a gol con éxito de aquél pistolero implacable del Sporting de Lisboa. El eco del “¡Caréga María!” aún resonando desde la banda en boca de su técnico, el exigente húngaro Joseph Szabo. El entrenador capaz de perdonarle una multa a cambio de acompañarle a comprar el despertador más caro para que jamás volviera a llegar tarde a un entrenamiento. Con aquél grito expresaba en su dialecto natal la señal inequívoca de que Fernando Peyroteo ya armaba su pierna con la peor de las intenciones. La temporada 1944/45 ha terminado, con un Subcampeonato en Liga y una “Taça” como botín y Peyroteo aprovecha para desenfundar ahora su pluma y disfrutar de otra de sus pasiones, la escritura. En 1937 aterrizó en Lisboa y junto a los cientos de goles que desparramó por los Estadios portugueses, llenó la maleta de su gusto por el cine y la literatura y que ya en su Angola natal disfrutaba en su tiempo libre. Así que una vez con la satisfacción por el deber cumplido, el que desde entonces es el goleador más efectivo de todos los tiempos escribía la siguiente carta para El Mundo Deportivo y que el diario llevaba en su portada de la siguiente manera con la firma de Francis:

“¡Qué gran muchacho es Fernando Peyroteo!. El máximo delantero centro de Portugal, internacional por derecho propio y la figura de más relieve en el deporte del país hermano y vecino, es un buen amigo, notable cronista y… ahora, un buen comerciante en ciernes. De tanto en tanto cambiamos algunas cartas con el “prodigio” de Angola, la tierra natal de Fernando y, de todas ellas, entresacamos cosas de verdadero interés que no siempre trasladamos a las cuartillas.
Pero ahora, una nueva carta de Fernando Peyroteo, viene tan pletórica de sugestivas noticias, que no podemos menos de entresacar algunos párrafos de la misma para ofrecerlos a la voracidad de nuestros lectores.Vamos pues a comenzar la selección de confesiones del internacional portugués.


PEYROTEO: “Pues ya hemos terminado la temporada. Fue de cara y cruz, o sea lo que vosotros llamais “mitad y mitad”: los partidos internacionales fueron en parte de éxito moral y de poco éxito de marcador. Pero hay esperanzas de que nuestra clase llegue a reflejarse en los marcadores internacionales durante la próxima temporada y esto es más que suficiente para que, de momento, nos podamos dar por satisfechos.
Como jugador de un equipo de club, he dado fin a mi temporada conquistando el “título” de la “taça”, o sea la competición que vosotros denomináis Copa. Antes de llegar a la final tuvimos que vernos las caras con el “Bemfica”, nuestro eterno rival, lo cual, dio lugar a que tuviera que hilarse muy delgado, tan delgado que, fue preciso un tercer partido de desempate para que pudiéramos llegar a la final.
Y aquí radicó lo más amargo de mi vida deportiva; nunca había sido expulsado de un terreno de juego y yo estaba más que orgulloso de los títulos que la afición me otorgaba refiriéndose a mi caballerosidad. Pero esto terminó desde el momento en que un “granate” del Bemfica me provocó tan hábilmente que sin darme cuenta me vi metido y sin salida decorosa, sopena de haber pasado por…miedoso, en un conflicto que el árbitro resolvió expulsándonos al provocador y a mí. ¡Para esto me llevaron a Londres como botón de muestra de jugador ejemplar y “gentleman” cien por cien!
Me consuela el pensar que, mi expulsión, no ha podido evitar que el “Sporting Club de Portugal” llegara a la final de Copa con el Olhanense y la ganara, con ciertos apurillos de marcador, porque ya sabes bien que en una final el “malo” se vuelve “bueno” y el favorito las pasa bastante estrechas para adjudicarse el título que la “cátedra” le otorgó por anticipado con toda clase de facilidades.
¡En fin, chico, que hemos terminado la temporada felizmente y honores con nuestros “amigos” y vecinos los del Bemfica!

Ya sabes que mis deseos son los de no prolongar mucho mis actividades en los terrenos de juego. No es que me sienta viejo ni cansado, pero sí me preocupa mucho el día de mañana. Estoy casado, tengo mi casa y debo preocuparme del mañana, con tiempo, porque el fútbol no ha de durar siempre. Por ahora el ser cronista de deportes me ilusiona pero…aspiro a algo más remunerador e independiente; por eso estoy a punto de abrir una tienda de artículos deportivos en un sitio céntrico, muy céntrico, cerca de Rossio, 45, 2º, donde ya sabes tengo mi domicilio particular.
Esto es un hecho, y te agradecería me indicaras casas de artículos deportivos dispuestas a concederme la exclusiva de sus productos. Aquí hay un magnífico mercado y, sobre todo los balones de fútbol españoles tienen fama y son muy solicitados.
Armando Ferreira, el internacional que jugó contra vosotros en Las Salesias, está ya del todo bien. La mayoría de socios y admiradores del “Sporting” estaban plenamente convencidos de que no volvería a jugar hasta otra nueva temporada. Y la sorpresa fue mayúscula al verlo reaparecer en partidos decisivos, jugar como antes y no dar señales de la grave lesión que padeció.
Armando llevó su granito de arena para la consecución del título y ha dado motivo para que se hablara por aquí del Dr. Moragas. Y como creo que ha sido ya cursada una felicitación oficial, no hago hincapié en este punto.
Esperamos la visita de vuestro Barcelona para Septiembre. Se anunció su visita a Campo Grande, se abarrotaron las columnas deportivas de nuestros rotativos con historiales de vuestro famoso club y…todo se vino debajo de la noche a la mañana.
En un principio alguien llego a decir que el Barcelona tenía miedo de venir a jugar a nuestros terrenos pero, finalmente reconocióse que el más ajeno a la suspensión del viaje había sido el club de Les Corts.
Y no sé porqué tengo el presentimiento de que se han realizado gestiones muy eficaces y que el Barcelona nos visitará en la apertura amistosa de la nueva temporada. ¡Que así sea…aunque no seamos los blanquiverdes los visitados por tan ilustres huéspedes!”


Y esto es parte de lo que Peyroteo nos dice en su carta del 28 de Junio pasado, remitida “por aviao” y leída con la complacencia de siempre, máxime conteniendo inmejorables noticias de los buenos amigos que ya hace tiempo tenemos a las orillas del soberbio estuario del Tajo.

Mucho han cambiado los tiempos. Una nueva era de la comunicación nos invade ahora. El futbolista capaz de anotar 9 goles en un partido, 8 en otro, 6 en tres ocasiones, 5 en doce partidos y hasta 4 en 17 encuentros para levantar seis Bolas de Prata como máximo goleador de la Primeira Liga, no encuentra problema para sentarse en su escritorio, escribir una carta y meterla en un avión para contarnos con toda la humildad del mundo como le han ido las cosas. Hace unas semanas Cristiano Ronaldo, también ex del Sporting de Lisboa, recibía su cuarta Bota de Oro como máximo goleador europeo de la pasada temporada. Sólo habían pasado unos días desde que el crack de Madeira superara a Raúl González como máximo goleador de la historia del Real Madrid. Goles y más goles, récords y más récords reconocidos por el público en general y jaleados por sus aficionados para el mejor goleador desde los tiempos de Gerd Müller. Los diarios deportivos y los más importantes medios audiovisuales llevarán la hazaña en grandes titulares ignorando y dejando aparcada la postura del futbolista que no ofrece declaraciones a los medios desde hace varios meses. La actualidad manda. Pero a pesar del torrente de goles y records de CR7, un nombre siempre aparecerá junto al imponente dato de ser el futbolista con el mejor promedio goleador de todos los tiempos: el de Fernando Peyroteo, 331 goles en 197 partidos (1,68 por partido). Su gesta no llenará portadas ni grandes titulares en los medios de la época. Pero con la misma humildad y cariño que aquél goleador portugués amante del cine y la literatura pedía recomendación para su nuevo negocio en ciernes, nosotros le rendimos este sentido y merecido recuerdo tras viajar en el tiempo por la prensa de aquellos apasionantes años 40.

lunes, 5 de octubre de 2015

LA ULTIMA PARADA DE JESUS CASTRO

Publicado en el número 57 de Kaiser Football
Jesús Castro, en una formación de aquél mítico Sporting de los 80
Los pies de Jesús Castro jugaban con la espuma resacosa que las olas le entregaban antes de desaparecer entre la arena y volver a un mar que esa mañana del 26 de Julio de 1993 ya avisaba que iba a jugar fuerte. A un lado unos cuántos bañistas desafiaban desde la orilla las aguas frías y agitadas a partes iguales bajo la atenta mirada de una bandera roja que no perdía detalle. Al otro, dos pequeños con pinta de ingleses jugaban con un balón. Uno la pegaba de miedo. El otro aprovechaba para lanzarse sobre aquél manto de arena húmeda y así poder demostrar a su hermano que un día no muy lejano el uno de los Pross podría ser suyo. La misma edad, los mismos pateos, los mismos vuelos de Chusi hace 35 años junto a su hermano Enrique cuando lo de “Quini” todavía era propiedad del jefe de la casa de los Castro. Cuando recién llegados desde Oviedo y junto a la fábrica de Ensidesa, la carbonilla de aquellos campos negros como la noche cosían oscuras cicatrices en sus piernas al finalizar cada estirada a los remates imposibles de un Enrique que iba acomodando su cuerpo para años más tarde desde El Molinón regalarnos el golpeo definitivo. Aquella playa cántabra de Amió en Pechón, muy cerca de su Patria Querida, era el reducto perfecto para abandonar cuerpo y alma y poder reflexionar sobre la vida, sobre lo hecho y lo aún todavía por hacer. Habían pasado 8 años desde que Castro había decidido colgar los guantes. Tras de sí, el orgullo de 15 temporadas sacando manos en rojo y blanco. Por delante un mar de tiempo libre y muchas cosas en las qué pensar. En su futuro como gerente en varios negocios de gasolineras. En su hija Joanna, campeona de España juvenil a lomos de su precioso caballo. Pero siempre aparecía un resquicio para su Sporting de Gijón que aquella temporada recién terminada y con las nuevas joyas procedentes de Mareo como Juanele, Abelardo, Iván o Emilio asomándose al primer equipo, había rozado Europa en la primera temporada sin su amigo Joaquín. El último irreductible de aquél equipo que a principios de los 80 miró cara a cara a los grandes de nuestra Liga y en el que él mismo fue decisivo con sus paradas. Con un estilo sobrio y eficaz. Cercano al del mítico Iribar. Alejado a su vez de la espectacularidad y los vuelos del guardián de la selección de entonces, Luis Miguel Arconada y de su gran sucesor en el Sporting, Juan Carlos Ablanedo. Un estilo que caminaba de la mano de su personalidad, reservada e introvertida y que junto a su espigado físico y sus cabellos rubios ensortijados le habían valido el apelativo por parte de su afición de “Maizón” y que los más críticos le recordaban cuando ante un balón dividido todos le animaban a ir en su búsqueda pero Castro prefería una mejor ocasión para salir a por él y resguardarse en su portería. Pero si algo destacaba en Jesús Castro era su calidad humana. Una buena persona siempre dispuesta a echar una mano. En un discreto segundo plano. Consciente de que los focos iban dirigidos al líder de aquél fantástico equipo de los Doria, Joaquín, Cundi, Mesa y Ferrero. Al hombre de los remates imposibles. Enrique Castro “Quini”, su hermano. Risueño como pocos, el halago por sus excelentes actuaciones sonrojaba las claras mejillas de Jesús valiéndole el sobrenombre de “Manzanón” por parte del vestuario. Unos compañeros que sólo podían hablar maravillas de él.

Unos gritos de auxilio apartaron a Jesús de la profundidad de sus pensamientos. Ese mar bravo que aquella mañana agitaba la bandera roja de la prudencia había elegido como compañeros de juegos a los dos niños ingleses que hacía nada se desafiaban con un balón a unos metros de él. Y sus olas que nunca han entendido de edades ni banderas y sí de fuerza y nobleza comenzó a zarandear a los dos pequeños ingleses. Castro, aparcó la vida que fue y la que será, las gasolineras y los caballos de Joanna. El Maizón no necesitó que la Tribunona le arengará para salir a por aquél balón dividido. La jugada estaba clara. En un suspiro Castro, todo corazón, ya libraba su particular batalla para sacar a los dos pequeños de aquél lance fatal. Tras unos eternos minutos de lucha encarnizada con la fuerza de un mar loco por molestar, los dos pequeños lloraban a salvo entre los brazos de sus padres en la orilla de aquella playa de Pechón. A la vez, el cuerpo de Castro flotaba inerte sobre sus aguas víctima del esfuerzo realizado. Los que le conocen dicen que no sabía nadar, que era más hombre de interior. Que en las concentraciones apenas metía los pies en la piscina. Pero que cuando el guión lo exigía tras la puerta del vestuario local del vetusto estadio de El Molinón, Jesús Castro era el primero en mojarse y una voz que todos respetaban. La voz de una buena persona que se apagó para siempre entre las aguas de aquél mar que había sacado su guadaña y con el que hacía nada intercambiaba confidencias. Había nacido la leyenda…

Los días de partido la Mareona inunda de rojo y blanco la Avenida del Molinón y el Paseo del Doctor Fleming de Gijón. Al fondo el estadio más antiguo de España, El Molinón. La imponente Tribunona a un lado, un gran escudo del Sporting al otro. Custodiando sobre la fachada de uno de sus fondos al Río Piles que entre Avenida y Paseo ya vislumbra como la Ría de los Vagones le espera al final de su cauce para fundirse en un abrazo amigo con el mar. Y a mitad de camino entre el Estadio que fue toda la vida de Chusi y el mar que se la quitó, una placa para recordar que allí había un Parque al que llamaban Inglés y que hoy es de Los Hermanos Castro. Quini va sorteando con habilidad los avatares de la vida. Manzanón, junto a las estrellas, todavía se sonroja cuando generaciones de sportinguistas todavía siguen transmitiendo su legado en forma de leyenda. La de la última parada de una persona buena que le costó la vida a un gran portero.

miércoles, 22 de julio de 2015

EL SUEÑO DE IKER

Iker Casillas, leyenda del Real Madrid
No debe ser fácil despertarse de un sueño que dura 25 años. Una lágrima de dolor correteando por tu mejilla lo ha conseguido. Debe ser difícil abrir los ojos y encontrarte sólo ante unos extraños que te miran esperando que les digas algo importante. Quizá ellos no entiendan que lo más importante es que vienes de vivir lo que para ti es la historia más maravillosa jamás contada y que hoy se te está marchando para siempre sin poder hacer nada por evitarlo. Que te despiertas del sueño legítimo y compartido que perseguíais miles de locos pequeños en la mejor etapa de vuestra vida. El sueño de las buenas personas. Ese que te atrapó hasta el día de hoy. Desde que estampaste a fuego el uno a la espalda para ser el mejor, aseguraste tus diminutos guantes y antes de cerrar los ojos tuviste que mirar dos veces al pecho. El escudo que ibas a defender por primera vez a tus 9 años era el del equipo de tu vida. Y lo ibas a hacer tú, no otro. El sueño había comenzado. Que nadie lo despierte…

Durante ese trayecto has vivido momentos mágicos compartidos con gente única. En ese sueño te has cansado de levantar títulos, de romper records, de protagonizar portadas en los diarios de los lunes con la foto de tu última estirada imposible. Has sido el yerno ideal, el amigo de niños y mayores y te has codeado con Brad Pitt en las carpetas de las adolescentes de la época. Has visto como a 600 kilómetros otro loco bajito quería ser el mejor entre miles teñido de azul y grana. Apareció con una batuta, le dieron el 6 y cerró los ojos para a la vez que tú vivir su propio sueño. Os hicisteis amigos vestidos de rojo y amarillo y nos invitasteis a descubrir con vosotros aquellas mágicas noches de verano. En ellas quedarán sepultados para siempre los complejos de un país que destilaba furia y fracaso a partes iguales. Desde entonces ya nada será igual. Tu sueño continuará y verá preocupado como el paso del tiempo te aconsejó en más de una ocasión que lo mejor era despertar. Descubrirás lo mejor y lo peor de la condición humana. Te equivocarás, te caerás y querrás levantarte. Muchos pondrán el pie sobre tu cabeza para que no lo consigas. Otros la pedirán como presente para sus nuevos amos. Desvestirán tu madridismo para juzgarlo sin piedad dejando en el rincón del olvido aquellas tardes de vino y rosas. Los aplausos se tornaran música de viento y querrás despertar cuando el sueño se vuelva una pesadilla insoportable. Pero tu pasión por ese escudo te ayudará a continuar contra viento y marea.

No debe ser fácil despertar, girarse y ver que las pancartas de esos niños que ayer pedían tu camiseta ya no están. Hoy son un frío panel con la firma de importantes marcas comerciales. Siempre se pueden recoger unas monedas de entre las lágrimas de despedida de tu capitán para costear el fichaje de la próxima estrella en ciernes. Debe ser difícil observar con sana envidia como a la fiesta de graduación de tu amigo de azul y grana han ido todos, hasta la chica que le gusta. Y a la tuya no ha ido nadie. Te han dejado sólo con el gorrito puesto, un matasuegras desplegando indiferencia en cada soplido de tristeza y el micro haciendo el papel de una vela que no quieres soplar para que aquella historia no se apague para siempre. Para no despertarte del sueño que para ti ha sido vivir defendiendo la camiseta del Real Madrid. El sueño de aquél niño que anhelaba ser el mejor y conseguirlo todo. Hoy con todo conseguido y con las lágrimas de la emoción más sincera correteando por sus mejillas se conforma con que lo recuerden como una buena persona. La misma que hace 25 años compartía sueños con otros locos bajitos y con el escudo del equipo de su vida luciendo en su pecho comenzó a escribir una de las historias de amor a un club más maravillosa jamás contada: EL SUEÑO DE IKER CASILLAS.

sábado, 27 de junio de 2015

LAS LAGRIMAS DE VICTOR Y VALLEJO: A ZARAGOZA LA DEFIENDE SU GENTE

Víctor Muñoz, corazón de león zaragocista
Hace poco más de un año Agapito Iglesias estampó la firma más deseada por todos. Hizo las maletas, cerró la puerta y abandonó para siempre nuestras peores pesadillas. El zaragocismo respiró aliviado desatando por fin las cadenas que habían sometido a un león que yacía en un rincón, herido, desfigurado y cansado de tanto pelear por nada. Sonrisas cómplices, lágrimas de ilusión y bocanadas de aire fresco ante el nuevo escenario para una afición que ya no podía más. Y casi sin tiempo de ver alejarse para siempre las oscuras tinieblas que cubrían el cielo de la ciudad todos nos giramos al estruendo del portazo de despedida. Ante nuestros ojos y como un viejo edificio a punto de desmoronarse encontramos un club triste que devolvía la mirada a sus gentes con un gesto de preocupación y ahogado en un grito de auxilio desesperado. Sus maltrechos muros se habían vuelto fríos e insensibles tras el daño recibido. El fruto de una gestión desastrosa era una institución herida de muerte. Su estructura requería de una actuación rápida y eficaz para no venirse abajo y dejar sepultados para siempre los recuerdos, la pasión y el orgullo de sus gentes. Fueron semanas intensas, de incertidumbre y duras negociaciones. De grupos inversores, acaudalados empresarios y alguna que otra ave de rapiña escondida tras la silueta imponente de algún mito zaragocista intentando sobrevolar sus muros casi derruidos y lanzar la última dentellada para interés propio a un león vulnerable todavía en la pelea.

Con la Fundación 2032, encabezada por las familias aragonesas Yarza y Alierta, haciéndose cargo de la dura situación económica, el 15 de Julio de 2014 el entrenador aragonés Víctor Muñoz aparecía ante los medios para ofrecer una rueda de prensa tan emocionante como histórica. Con todos los equipos de la categoría en plena pretemporada y con sus plantillas ya confeccionadas, el Real Zaragoza era un esqueleto deportivo sostenido por un puñado de jugadores de futuro incierto y el reloj de la desaparición descontando los segundos inexorablemente. Y cuando lo fácil hubiera sido mirar para otro lado o alejarse disimuladamente de aquél edificio a punto de derrumbarse, Víctor, trabajador serio y honrado con toda una vida hecha lejos de Zaragoza y una reputación ganada con esfuerzo y dedicación dentro y fuera del campo no lo dudó. No iba a quedarse de brazos cruzados viendo el final del primer equipo de su tierra, el que le dio su primera oportunidad en el fútbol de verdad. Si aquello se venía abajo lo haría con él dentro. Desde el coraje y la fe inquebrantable que siempre exhibió de corto, apuntaló con su rocoso corazón maño aquél edificio en ruinas. Y con su inequívoco estilo nos dio la rueda de prensa más complicada de su vida. Con la voz quebrada y al borde del llanto explicó el porqué de su vuelta. Nos habló del instinto, de orgullo, de sentimiento, de supervivencia. Variables mágicas e intangibles que le habían arrastrado inconscientemente de nuevo a la primera línea de batalla. Del significado del Real Zaragoza como símbolo de identidad para la ciudad y para todo Aragón. De todo lo que supone para sus gentes. Con una emoción que rozaba lo trágico. Con unas palabras que provocaron que tras aquellos ruinosos muros aletargados por la infame gestión de los últimos años, se volviera a escuchar el ritmo latente de un corazón. El león empezaba a sentir…

Casi un año después y tras sortear con gran esfuerzo los obstáculos económicos que se iban planteando, el equipo se ha quedado a un paso de recuperar su sitio con los grandes del fútbol español. No ha sido un año fácil. La trayectoria ha sido más bien irregular. Fases ilusionantes con otras para olvidar. Víctor Muñoz fue destituido jornadas antes de terminar la primera vuelta. En el césped ha nacido un nuevo líder. El maño Jesús Vallejo, que a sus 18 años se ha convertido en capitán general y estandarte del nuevo proyecto zaragocista. La Romareda observa calmada como el minuto 32 de cada choque ya no es una bomba de relojería que estalla en dirección al palco. Las mágicas tardes del Play Off de ascenso, con una afición volcada con su equipo, han acabado por reforzar los cimientos en la reconstrucción de un edificio que unos meses atrás se desmoronaba irremediablemente. La estampa de Jesús Vallejo y su llanto desconsolado en Las Palmas tras ver como el anhelado ascenso se escurría entre los dedos, viajan en el tiempo hacia aquél 15 de Julio de 2014 para fusionarse con las lágrimas contenidas de un entrenador empujado hasta aquellos micros por el amor a unos colores y el único objetivo de sostener sobre sus anchos hombros la responsabilidad deportiva de un club que La Fundación 2032 intentaba salvar institucionalmente en los despachos. A pesar de que el ascenso era media vida económica para el Real Zaragoza esas dos instantáneas arrojan la mejor de las noticias. La imagen de un club que vuelve a estar vivo. Queda mucho camino por recorrer pero el Real Zaragoza ya siente. El edificio empieza a levantarse haciendo fuertes sus bases y tras sus muros el león va cerrando sus heridas y ya ruge con orgullo como a lo largo de su historia siempre ha hecho. Y si en los próximos años su guarida amenaza con venirse abajo víctima del paso del tiempo o de la lamentable actuación de algún irresponsable mandatario, la fuerza y la bravura de gente de la tierra como Jesús Vallejo han de hacerse notar desde el césped para sostener sus muros. Si no que nadie dude que fuera de allí Víctor, esté donde esté, volverá a levantarse, se remangará y con toda la humildad del mundo volverá a ofrecernos su corazón blanquiazul para apuntalar con su voz quebrada las veces que haga falta al club de su vida. Y es que como bien dijo el General Palafox, “ Ayer, hoy y siempre, a Zaragoza la defiende su gente”.

domingo, 3 de mayo de 2015

RAFAEL BALLESTER Y EL ORIGEN DE LAS TANDAS DE PENALTIS

Antonin Panenka, leyenda de las tandas de penaltis
La soledad de Roberto Baggio entre 95.000 almas entregadas y su mirada dolorida al césped del Rose Bowl. El balón todavía cayendo de arriba y a unos metros Taffarel arrodillado y señalando al cielo agradeciendo tanta gloria. El Bayern de Kahn enviando a Cañizares a recoger nada más que una triste medalla. No habrá más premio. Juramentos, lágrimas y una toalla roja en San Siro. Urruti en dos atajadas para media Copa en Sevilla, un héroe. Duckadam, sacándolo todo, la leyenda. John Terry resbalando al golpear cuando ya se abrazaba a ella. Eloy y Joaquín construyendo ante belgas y coreanos aquél maldito muro llamado Cuartos. Cesc Fábregas derribándolo y dejándonos ver que había vida más allá de aquella pared. Son las fatídicas tandas de penaltis y algunas de las mágicas estampas que a lo largo de la historia el fútbol nos ha ido dejando. La gloria o la decepción. El héroe o el villano. El título o la nada. La cabeza fría cuando ya no quedan piernas. La resolución menos injusta a un empate. La evolución más justa del fútbol al lanzamiento de una moneda o la extracción de una papeleta, práctica común durante muchas décadas para determinar un ganador en caso de empate. España lo sufrió en sus carnes. Cuando el pequeño Franco Gemma extrajo el papel con el nombre de Turquía para dejar a España sin plaza en el Mundial de Suiza en 1954. Ramallets podría haber sido héroe decisivo ante los turcos en caso de haber existido las tandas de penaltis por aquél entonces. Años después muchos otros habrían preferido un cara o cruz o una mano inocente antes que sellar para siempre su historia personal con el beso amargo de una derrota.

Y aunque oficialmente la idea es atribuida al árbitro alemán Karl Wald que fue quien, contando con el apoyo de la Federación Alemana la patentó en 1970, la idea original nació en el sur de España, más concretamente junto a la Tacita de Plata, en Cádiz. Rafael Ballester, directivo del Cadiz C.F. y amante empedernido del fútbol y sus normas no soportaba la idea de que un partido de fútbol que acabara en empate se decidiera con una moneda al aire o con la repetición del mismo. El metal era demasiado frío para algo tan pasional como el fútbol. La repetición era costosa en Torneos tan cortos como el Ramón de Carranza. Por eso y como columnista del Diario de Cádiz ya sugirió en 1958 en uno de sus artículos erradicar estas fórmulas. Sugerirá desde esas líneas que el vencedor sea el equipo al que le hayan botado menos saques de esquina en contra. La idea no cuajará y será en 1962 cuando la organización del Trofeo Ramón de Carranza encargue a Rafael Ballester la solución si el empate persiste tras la prórroga. Cada equipo lanzaría cinco penaltis. No sería de manera alterna si no consecutivamente. No hubo que esperar mucho para ver su puesta en escena. Ese mismo año, en la final del Torneo, F.C. Barcelona y Real Zaragoza llegan empatados a uno al final de la prórroga. El pateo del zaragocista Duca se convierte en el primer lanzamiento de un penalti en una tanda. Tras su gol llega el de Seminario, los fallos de Lapetra y Santamaría y el tanto del portero Yarza. En la otra portería y por el Barça anotan Benítez y Re, fallan Camps y Cubillas y convierte Rodri. Tres a tres. Vuelve a lanzar el Barça otros cinco lanzamientos convirtiendo los cinco. Cuando Duca lanza el primero de la nueva tanda para los maños el balón se va al palo. No hace falta seguir. El Trofeo es para el F.C. Barcelona. Los allí presentes serán espectadores de lujo de un hecho que marcará el discurrir del fútbol y llenará sus páginas de tardes de contrastes, emoción e imágenes para el recuerdo. Fue la primera tanda de penaltis de la historia.

Pero si a alguien una tanda de penaltis le supuso la gloria para toda una vida ese será el checo Antonin Panenka. Será en la Eurocopa de 1976 en Yugoslavia. El primer Campeonato importante en el que todo llegó hasta el final en empate y se iba a decidir desde el punto fatídico. Delante de la sorprendente Checoslovaquia la campeona de Europa y del Mundo Alemania. Delante del decisivo lanzamiento de Panenka el mejor portero del momento, Sepp Maier. Lo que vino después todos lo conocemos. Maier a un costado, el pie del checo acariciando las costuras del balón y el lento caminar de este por el centro de la portería hasta besar la red. Surgirán imitadores con suerte dispar pero aquél genio del bigote pasará a la historia por su osadía. Una moneda al aire nos hubiera privada de ese gesto mágico y a Antonin de su momento para siempre. Y un poco de culpa en eso tiene Rafael Ballester, gaditano y cadista a partes iguales. Vecino de la tierra del duende, la chirigota y la buena vida. Allí junto a las nubes, desde lo alto del Estadio Ramón de Carranza donde Carmelo era Beckenbauer de la Bahia y Gonzalez un mago Salvadoreño, Rafael Ballester conversa de fútbol junto a otros ilustres cadistas como Manuel Irigoyen. Están preocupados con la marcha de su Cádiz. Algo habrá que inventar. Como aquellas promociones de ascenso de Don Manuel para agarrar a su Cádiz a la Primera División de aquellos primeros años 90. Como aquellas tandas de penaltis de Don Rafael, de las que el mundo y Antonin Panenka en especial siempre le estaremos agradecidos.

miércoles, 1 de abril de 2015

WILFRED, EL ÍDOLO DEL OTRO FUTBOL

Publicado en el número 55 de Kaiser Football
Wilfred, ídolo de Vallecas en los años 90
Principios de los 90. Suereste de Madrid. Cualquier bar del conocido barrio de Vallecas. Domingo, horas antes de las cinco de la tarde, el dia D y la hora H del fútbol de verdad. El del bocata, el transistor y el gol en Las Gaunas. El de los narradores deportivos, solapando sus voces en aquellos minutos mágicos de goles simultáneos en todos los Estadios. Cerveza, bullicio y entre una cortina de humo un viejo futbolín de madera maciza. Varios niños arremolinados a su alrededor buscando el momento de exhibir sus habilidades. El fútbol en cinco duros para demostrar quién manda en el barrio además del Poli Díaz. Una imperfecta línea de pintura roja cruza el frío hierro de la camiseta del equipo blanco. El clásico Barça-Madrid de un bar cualquiera es un Rayo-Barça para los vallecanos. David contra Goliat como gusta en Vallecas. Siempre retando al poderoso. La bola circula con gran rapidez entre el eterno y sólido 4-3-3 con el que forman ambos equipos. Concentración en la cara de los niños. Miles de golpes en los inexpresivos y deformados rostros de aquellos muñecos. Ultima bola. Empate en el marcador. Laudrup filtra un golpeo mágico entre Cota y Josete. La bola busca su sitio natural para dormir en las entrañas de aquella caja de madera hasta que la ilusión de otras veinticinco pesetas la vuelva a despertar. Pero allí está el pequeño Raúl, rayista hasta la muerte, empuñando fuerte su mando y deslizando la barra que atraviesa el costado de su portero para desviar aquél malintencionado golpeo. La bola sale despedida atravesando el bosque de hierro que forman las piernas de ambas escuadras hasta caer a pies de Pedro Riesco que la cruza con habilidad ante Zubi para cerrar el partido. Gana el Rayo. Todos miran a Raúl. Su acción salvadora ha decidido el partido. Él mira orgulloso su portería. Al muñeco que durante aquella época Vallecas pintó de negro en esos pequeños estadios de fútbol de hierro y acero con la pintura del cariño y la admiración que el barrio madrileño entregó al nigeriano Wilfred Agbonabvare. Un futbolista que llegó sin hacer ruido. Que cayó de pie en Vallecas metiéndose a la gente en el bolsillo gracias a su carácter afable y sus grandes actuaciones bajo los tres palos. Echando el candado a la portería de aquél Rayo en ocasiones matagigantes de aquellas temporadas de principio de los 90. Un ídolo para un barrio obrero que tenía en su Rayo al más genuino representante del fútbol madrileño más humilde siempre a la sombra de dos gigantes como el Real Madrid y el Atlético de Madrid. Wilfred permaneció seis temporadas en Vallecas, participó en el Mundial de USA´94 a la sombra de Peter Rufai y aunque no todo fueron días de vino y rosas, dejó una huella imborrable por su calidad humana y deportiva. Pero un día los focos se van apagando lentamente y los grandes titulares ya sólo son breves reseñas de alguna correcta actuación. El fútbol de élite devuelve a esos héroes temporales al anonimato desde el que un día llegaron para ganarse la vida y tocar por un momento la gloria y la fama. Abandonará el fútbol muy joven, a los 31 años, para llevar una vida sencilla y austera como un vecino más de Madrid. Lejos de los aplausos y el olor a césped, la vida no será muy generosa con Wilfred. Su esposa sufrirá el calvario del mal de nuestro tiempo. Un cáncer de mama contra el que Wilfred nada pudo hacer tras haberlo intentado todo. En busca de su cura invertirá todo lo que tenía y se quedará sólo y arruinado. Saldrá adelante y se ganará la vida como un trabajador más. El uniforme de trabajo ya no lucirá un uno en su espalda y el escudo del Rayito en el pecho será el logo de alguna importante multinacional. Los nuevos guantes ya no atajarán balones sino el riesgo de algún accidente laboral y los envíos no serán centros al área para una valiente salida sino simples paquetes buscando un próximo destino.

El maldito cáncer se ha llevado a Wilfred para siempre a principio de 2015. Se ha marchado con el mismo sigilo con el que fue haciéndose un hueco en el corazón de aquél barrio. Partido a partido, parada a parada, sonrisa a sonrisa. Los tiempos como el fútbol han cambiado. Vallekas con k, aprieta los dientes en estos tiempos de crisis. Los aficionados del Rayo Vallecano mantienen su particular cruzada contra el fútbol moderno mientras su equipo se atreve a discutir la posesión a los más grandes. El pequeño Raúl, rayista hasta la muerte, es ahora un hombre a bordo del barco pirata que cada 15 días despliega velas en el Estadio de Vallecas. Corazón franjirojo, dos tibias y una calavera tatuadas en su piel. Hace frío en Vallecas y esa mañana se dirige hacia la puerta uno del Estadio. Allí Wilfred va a recibir el homenaje del Rayo Vallecano. Esa puerta llevará su nombre. Un enorme graffiti con su cara la custodiará. Raúl recuerda cuando empuñaba con fuerza aquél mando con el que manejaba a Wilfred. Y observa como la pintura negra que en su barrio cubría a aquél portero de futbolín para hacerlo ídolo decisivo de aquellos partidos de cinco duros y orgullo de todo un barrio hoy cubre su rostro en esa puerta uno para convertirlo en leyenda rayista y símbolo de un fútbol de otra época. El fútbol de verdad. El de los futbolines de madera y partidos en domingo a las cinco de la tarde.

lunes, 2 de marzo de 2015

PAUL GASCOIGNE, EL GENIO EN UNA BOTELLA

Publicado en el número de 54 de Kaiser Football 
 
Paul Gascoigne, genio y figura del fútbol británico
“Hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero”. Hay frases que llevadas al extremo de su significado y convertidas en tu modus vivendi dice mucho de quien las pronuncia. Leídas tras el efecto distorsionador del cristal de varias botellas de whisky medio llenas o medio vacías según se mire, se convierten en un peligro. Si quien las pronuncia atiende al nombre de Paul Gascoigne el efecto es devastador. Un genio que salió de su botella para beberse la vida. Para sufrir en sus carnes lo peor de una adicción empeñada en dejarnos para siempre el recuerdo de un ídolo caído capaz de bajarte la luna y hacértela añicos un rato más tarde. De regalarnos imágenes impagables. Esas que queremos que permanezcan en nuestra mente y no la de la más absoluta de las decadencias. Siempre al límite. Destrozado en la tristeza. Exultante en la alegría. Regalándonos sus lágrimas en aquél Mundial de Italia en 1990. En una semifinal a brazo partido. Balón dividido. El ímpetu de Gascoigne se lleva por delante al rival. Cuando el alemán Thomas Berthold inicia sus vueltas de campana Gazza sabe lo que se le viene encima. La petición de clemencia no será suficiente. Sabe que esa cartulina amarilla al cielo de delle Alpi le aparta en esos momentos de una posible final que jamás llegará para los ingleses. Y llorará desconsolado para emocionar a medio mundo. Seis años después le esperaba la Eurocopa en su país y la otra cara de la moneda. Tarde soleada y el Estadio de Wembley todavía con el recuerdo en blanco y negro del efímero éxito del 66 y el estómago vacío desde aquél entonces. Paul sabe que es el elegido para galopar con paso firme hacia la gloria a lomos de su inmenso talento. El vecino escocés enfrente. Con el 1-0 para los ingleses David Seaman acaba de parar un penalti y es hora de apuntillar al contrario. Balón al hueco para Gascoigne. El genio se viste de smoking y chistera aparca los vicios y nos regala un gesto para siempre. Sombrero al cielo de la Catedral para que el mítico Collin Hendry pase de largo, confunda la pelota con el sol y desde el suelo sólo la pueda ver reventarse a la red sin ni siquiera haber besado el césped. Su celebración es un grito de felicidad en el lugar donde se siente importante. En el sitio donde el ídolo con pies de barro todavía sostiene las vergüenzas que lejos de allí se le van cayendo a pedazos. Singular, polémico, indomable y en ocasiones cómico, Paul Gascoigne irá desarrollando durante su vida una dependencia total del alcohol y las drogas que unido a varias lesiones importantes acelerarán el ocaso de una carrera que circulará a gran velocidad entre el talento y la polémica entre el éxito y los escándalos. Newcastle, Tottenham, Lazio, Glasgow Rangers, Middlesbrough y Everton disfrutarán al genio y sufrirán al demonio.
 
En la actualidad continúa enganchado a una enfermedad de la que no hace responsable a nadie más que a sí mismo. Él tentó a la cara oscura de la vida y ahora no puede apartarse de su mirada. Ya no hace lo que quiere, cuando quiere y cómo quiere. La bebida ya lo hace por él. Ha intentado poner fin a su vida varias veces, como cuando en Septiembre de 2008 fue hallado en la habitación de un hotel de Faro en Portugal con una sobredosis de drogas y alcohol. Ha iniciado diversos tratamientos pero tarde o temprano el alcohol ha hecho acto de presencia nuevamente en su vida. A Paul Gascoigne nadie parece querer ayudarle y cuando una mano amiga se le acerca él no suelta su botella para agarrarse a ella con firmeza. Ha llegado a asegurar que la prensa nunca escribirá que Gazza está bien porque eso no vende. Cuando el balón rodaba todo quedaba oculto tras el talento y la fuerza de este genio inglés que un día salió de su botella para exprimir la vida hasta la última gota. Cuando los focos se apagaron el genio desnudo no tuvo con que tapar sus vergüenzas. Las lágrimas y los sombreros imposibles que un día nos regaló para siempre no están siendo suficientes.

domingo, 1 de febrero de 2015

GERD MÜLLER, GOLES SIN MEMORIA

Publicado en el número 53 de Kaiser Football
Gerd Müller, mito goleador alemán de los setenta
Rainer Bonhof se internó por la derecha y sin mirar  la puso allí. En aquél espacio sin edificar pero que era su casa. Entre aquellas cuatro líneas de cal de las que había hecho su vida. Rodeado de rubios invitados vestidos de naranja. Bonhof envolvió el regalo con su pie derecho y apuntó su dirección. Müller abrió la puerta para recogerlo, buscó su espacio, despachó a los neerlandeses, y lo llevó junto a la red que servía de almacén para esos cientos de presentes que coleccionaba en forma de gol. En esa ocasión el que volteaba el marcador del Olímpico de Munich aquella oscura tarde y que ponía en ventaja a Alemania dos minutos antes de que llegara el medio tiempo. El más importante de los 680 con los que perforó durante 17 años las redes de medio mundo. El que con el pitido final coronaba a su país como campeón de su propio Mundial en 1974. Goles y más goles desde aquellos 176 rocosos centímetros que hicieron de esa suerte su forma de vida. Desafiando gigantes. Pensando antes que el otro. Golpeando cuando el rival todavía se estaba girando. Con la portería siempre ubicada en su cabeza. Invitando a sus compañeros a meterla allí, al espacio reservado para unos pocos. El se encargaría de llevarla adentro. Y así toda una carrera agradeciendo pases, dedicando goles, levantando títulos. Copas de Europa, Bundesligas, Eurocopas, aquél Mundial... Con aquél Bayern de Munich aplastante de mitad de los 70 y base de una Mannschaft campeona. Pero todo un día llega a su fin. Nuevos inquilinos le invitan a abandonar ese espacio en el construyó el mito del Bombardero de la Nación. Le sacan el 9 de la espalda. Cuelga las botas. Se apagan los focos. Todo se acaba. Y desde lo más alto de la montaña de goles y más goles que la rutilante estrella ha ido construyendo desde aquél área que fue su hogar, el hombre anónimo comienza a despeñarse ahogado en una vorágine de alcohol, drogas y diversos fracasos empresariales. Problemas familiares y una vida regida por el caos, característica común de una nueva situación que, lejos de las áreas, nadie le ha enseñado a vivir. En 1992, su club de siempre le ayudará en su tratamiento y lo incorporará a su organigrama deportivo. Un poco de orden al amparo del gigante bávaro con quien tanta gloria intercambió. Nada cómo estar de nuevo en casa. Todo parecía superado hasta que una madrugada del mes de Julio de 2011 saltaron todas las alarmas. Tras varias horas de búsqueda fue hallado por las calles de la localidad italiana de Trento, donde se encontraba de pretemporada con el equipo juvenil del Bayern de Munich, perdido, sólo y desorientado. Salió del hotel y detuvo un taxi con parada la estación de tren. El destino: su hogar, su casa en Baviera…
Desde aquél episodio las apariciones de Gerd Müller han sido contadas. Si acaso para ver como goleadores modernos superan sus bestiales registros. Futbolistas que parten de unas zonas para llegar al gol por otras. Implacables goleadores como él, con la magia como herramienta de uso diario, dueños de un talento que los hace excepcionales. Como el de Gerd Müller. Todos sabían que siempre estaba allí. Nadie cómo el balón había vuelto a besar su portería. Poco a poco sus longevos récords van cayendo uno detrás de otro tras el alud de goles de los Ronaldo, Messi, Cristiano o Klose. Mejor ahora que no más tarde. Todavía a tiempo de sonreírles por haber sido su dueño durante todo ese tiempo. Todo apunta a que la alargada sombra de una cruel enfermedad le aguarda para disputar el partido de la última etapa de su vida. Para borrar todos esos goles de su memoria. Tiene nombre de duro defensa alemán de la época: Alzheimer. Gerd le esperará para tumbarlo cuando todavía se esté dando la vuelta. Y si un día tienen que volver a buscarlo, que lo hagan en Baviera, en el Olímpico de Munich. En el sitio donde se orientó como nadie en el mundo para romperla hacia dentro. Sobre ese espacio sin edificar y las cuatro líneas de cal que fueron toda su vida.

martes, 20 de enero de 2015

EL SABIO, EL NIÑO Y EL FÚTBOL DE LA CALLE

Dedicado a mi hermana Silvia y a mis amigos atléticos de Soria

Fernando Torres, alumno aventajado de Luis Aragonés 
Aceptó ser el Sabio aunque siempre sostuvo que la sabiduría en casa de los Aragonés era cosa de su hermano Matías. Y para justificar semejante calificativo esperaba a las grandes citas. Para demostrar que el que más sabía de aquello era él. Sin grandes fórmulas ni ecuaciones mágicas llovidas en noches de inspiración y desvelo. Acercando al futbolista a los más primitivos instintos. La pasión, el rencor, la venganza. Al fútbol de la calle. Mezcla explosiva que acababa por saltar por los aires los resortes de la tensión acumulada por sus hombres en aquellos importantes partidos. Que otorgaban a sus jugadores el aliento necesario para hacerse siempre con ese balón dividido. Noventa minutos desde la emoción y el amor a tu escudo. La piel en cada centímetro de césped por esa grada entregada a tu esfuerzo. Y aquél 27 de Junio de 1992, Luis sabía que era uno de esos días. Levantar la Copa del Rey ante el Real Madrid en su Estadio bien lo merecía. Y allí, en las entrañas del Coliseo blanco, en el vestuario visitante, Luis esperó su momento. Diseñó minuciosamente la táctica, los movimientos, la estrategia. Trazó las líneas de la victoria sobre la pizarra. Decenas de flechas de ida y vuelta camufladas entre los nombres de los elegidos para la ocasión apuntando al corazón blanco. Luis terminó su exposición y miró a los ojos a sus jugadores:
-¿Lo han entendido?. ¿Sí?. Pues esto no vale para nada. Lo que vale es que sois mejores y que estoy hasta los huevos de perder con estos, de perder en este campo. Lo que vale es que sois el Atlético de Madrid y hay 50.000 que van a morir por vosotros. Hay que morir por ellos, hay que salir y decir en el campo que sólo hay un campeón y va de rojo y blanco.

A la media hora dos zarpazos de Schuster y Futre ya ponían tierra de por medio. Un Atlético hipermotivado devoró a un Real Madrid todavía noqueado por el desastre liguero de Tenerife tres semanas antes. Aquella noche de verano del 92 el cielo de la capital vió coronarse a un equipo al que su entrenador vistió para la ocasión con los colores del sentimiento y la emoción. Más de 22 años después de aquello, Fernando Torres abre la puerta de aquél Estadio que siempre le vió salir con el gesto torcido y la pólvora mojada. Jamás desvirgó las redes vikingas. Es la vuelta de los octavos de final de la Copa del Rey 2014/15. Es el Santiago Bernabeu. El Templo del enemigo de toda una vida. El 2-0 de la ida pone en ventaja a los colchoneros pero bajo aquellos muros, entre épicas hazañas, descansa sepultada la palabra imposible. No pueden confiarse. El Niño ha vuelto a casa hecho un hombre. Las pecas recogidas pero el mismo gesto de ilusión en su cara. El curriculum trazado con la pluma del éxito y la mochila cargada de unos títulos que cambió por goles decisivos. El Cholo no lo dudó y lo llevó a su Atleti. No  ha dado su mejor nivel ni en el Chelsea ni en el Milán y sabe que con el cariño de los suyos puede recuperar su mejor versión. Muchos lo ponen en duda y hoy tiene una gran oportunidad para cerrar las bocas del oportunismo más voraz. Hoy será el referente en el ataque rojiblanco. Como en aquella noche de verano del 92 la pizarra del vestuario visitante está repleta de líneas y más líneas que crean emboscadas imposibles para el rival, de trampas escondidas entre rápidas contras que puedan matar el partido. Fernando anda concentrado. Hoy es el día. En su pensamiento las palabras del Sabio. Sabe cuál es su trabajo. Lo ha entendido, sí. Pero eso no vale para nada. Lo que vale es que quiere volver a ser el mejor y que está hasta los huevos de perder en ese campo. De no saber lo que es enloquecer por acariciar esas redes. Lo que vale es que ha vuelto al Atlético de Madrid para volver a sentir en rojo y blanco.
 
Lo que sucedió después todo el mundo pudo verlo. La historia de una hazaña que no pasó del minuto uno de cada parte de aquél partido. El tiempo que Fernando Torres tardó en gritar gol al cielo del Santiago Bernabeu y dejar en blanco la página de la épica que desde Concha Espina ya empezaban a escribir. El Niño convertido en hombre ha vuelto a su casa para acabar la historia que dejó incompleta un día que decidió echar a volar. Para decirle al mundo del fútbol que aún tiene mucho que decir y derribar muros que antaño parecían infranqueables. En aquella fría noche de copa madrileña Torres se siente triunfador. Abrazos, felicitaciones y enhorabuenas. Y en una parte de su pensamiento las gracias al Sabio de Hortaleza. Ese que a cambio de goles y Eurocopas le regaló una manera de entender el otro fútbol. El fútbol de la calle. Ese que en los momentos importantes destruye pizarras y se juega desde la emoción y la mirada apasionada a tus jugadores.