miércoles, 15 de enero de 2014

ESPAÑA-12 MALTA-1. TREINTA AÑOS...

Publicado en el número 44 de Káiser Football
La España del 12-1 a Malta, un recuerdo de niñez para toda la vida
Diciembre de 1983. Los días se van marchitando y van dejando el calendario blanco e impoluto, preparado para anotar con nueva tinta las historias de un próximo año que ya asoma por la esquina. Con ellos se van muchos momentos. De dolor, rabia y asombro. Desde la expropiación de Rumasa y el terrorismo de los GAL, al escándalo del aceite de colza y el incendio de la madrileña discoteca Alcalá 20. En nuestras vidas se colarán Espinete y Don Pinpón, y Leroy Johnson nos enseñará bailando que alcanzar la Fama siempre cuesta. Garci nos regalará un Oscar con Volver a Empezar y el Rock&Ríos regará de sonido los estadios españoles durante aquél caluroso verano con el espectáculo del gran Miguel Ríos. Nombres todos ellos que, a los que por aquella época no alcanzábamos los 130cm, nos acompañarán hasta bien entrada nuestra adolescencia. Lo que no cambiaba como cada Diciembre era nuestra ilusión por la Navidad que ya llegaba y todo lo que suponía. Vacaciones, ilusiones, sorpresas y regalos. Las grandes comilonas, los belenes y la carta a Papá Noël. Esa carta mágica que tenía delante de mí y que hacía las ilusiones realidad. Donde pasé mi infancia se vivía por y para el fútbol y para aquél entonces mi vida ya se retroalimentaba al olor de réflex y vendajes y crecía entre libros de tácticas, alineaciones y libres directos. Y en aquella carta, entre algún tragabolas y varios clicks de famobil siempre colaba unos guantes de Arconada o el último Tango para seguir demoliendo a puntapiés aquél muro que todas las tardes me esperaba junto a la puerta de aquella casa. Pero aquél 21 de Diciembre no parecía un día más dentro de aquella Navidad. Aquél día jugaba España. Sí, la España de mi niñez. La que un año atrás nos había dejado tirados, ahogados en nuestras pequeñas lágrimas y preguntándonos por qué, si jugábamos en casa. Estaba enfadado con ellos pero al fin y al cabo eran los héroes de mi España y merecían tener mi confianza. Durante días los medios de comunicación se habían encargado de recordarme que aquél día la gesta era imposible. Que once goles a la débil Malta eran muchos. Que aquella España en reconstrucción tras el nefasto Mundial patrio no lo podría conseguir y que la diferencia de goles llevaría finalmente a la nueva Holanda de los Koeman, Gullit y Rijkaard a la Eurocopa de Francia de 1984. El tiempo tampoco ayudaba. Lluvias torrenciales en Sevilla. Todo en contra. La hora del partido se acercaba y mi casa se empezaba a llenar de gente. Me enfundé mi pequeña camiseta roja con el 2 de Señor. Volví la mirada hacia aquella carta, anoté mi última petición y la abandoné. Había que coger sitio. El partido empezaba.

Desde el primer minuto las intenciones quedaron claras. Ataque sin piedad ante unos pobres malteses cuya única intención era no pasar a la historia avergonzados por una infame goleada. Dos minutos y penalti a favor. Parece que el guión se cumple. Pero cuando Rincón ya se veía recogiendo el balón de las redes maltesas, el poste escupe nuestras ilusiones y evita el primer gol de Señor. A los quince, Santillana se cuelga del cielo de la noche sevillana para cabecear el primero, pero nueve minutos más tarde un afortunado gol de De Giorgio cercena nuestras ilusiones. Tendrán que ser doce goles. Antes del descanso Santillana sacará todo el coraje para dejar el marcador en 3-1. Nadie sabe lo que pasó en aquél vestuario durante ese descanso pero aquella segunda parte se convirtió en el primer gran recuerdo futbolero de mi vida. Gordillo volaba manchando sus medias bajas con la cal de su banda izquierda. Maceda se hacía más gigante aún y pisaba área como un delantero más. Santillana sobrevolaba territorio maltés para lanzarse sobre todo lo que llevara marchamo de gol. Y los goles caían. De dos en dos. De tres en tres. El sueño se acercaba. Goico y Camacho cerraban la puerta a cualquier nuevo atisbo de sorpresa. 4-1. 5-1. 6-1. Victor Muñoz se dejaba la vida en la zona ancha. Sarabia llegaba en segunda línea. 7-1. 8-1. Era una locura. Carrasco jugaba al escondite con los malteses. Buyo era un espectador de lujo. 9-1. 10-1. Rincón y su gesto de rabia puso cara a la Furia enfundado en aquél equipaje de talla corta. 11-1. Y por fin Juan Señor, el de mi camiseta, que descargó con su zurda toda la tensión acumulada para provocar de la garganta de Jose Angel de la Casa el gallo más famoso del fútbol español. 12-1. Mi casa era una fiesta. Aquél equipo lo había conseguido y España jugaría la próxima Eurocopa. Para mí fue increíble. Mis héroes no me habían decepcionado y me habían regalado una recuerdo para toda la vida. Aquél día terminó y emocionado me fui a dormir. Antes miré mi carta y sonreí. Ese año Papa Nöel se había adelantado y cumplió mi último deseo. Todos esos goles a Malta…

Treinta años más tarde y durante estas fechas, repaso con mis sobrinos sus cartas a Papa Nöel. Los tiempos han cambiado. Entre varios juegos que desconocía, aparatos electrónicos y artículos de difícil pronunciación aparecen unos guantes de Casillas y un Brazuca de efectos imposibles. No todo es tan diferente al fin y al cabo. Dejo que sigan escribiendo. Tal vez como última petición ahora los niños pidan un nuevo Mundial para España con ese Tiki-Taka que les ha cautivado para siempre. Hace treinta años nuestras pretensiones diferían mucho de las suyas y nos conformábamos con ver a nuestros héroes disputar una fase final de un gran Campeonato y porqué no hacer un buen papel. Pero son los héroes de la España de su niñez y es su carta mágica en la que sus ilusiones se harán realidad. Yo un día pedí una lluvia de goles a Malta. Y por adelantado, me los trajeron…