miércoles, 16 de noviembre de 2011

GERRARD: ROJO LIVERPOOL

La tragedia de Hillsborough, un hecho que marcará la carrera de Steven Gerrard
Era un niño que crecía en un entorno feliz. Recibía el cariño que él proyectaba sobre los suyos sin esperar nada a cambio. Hermanos, primos, tíos, todos querían al pequeño. Amante de la natación y las bicis tenía una pasión conocida por todos: el Liverpool, el ciclón de Anfield que dominó el fútbol de las islas durante aquellos mágicos 80. Aquél 15 de Mayo de 1989 era uno de los días más felices de la corta vida de Jon-Paul Gillholey. Y así lo hacía saber a todos su sonriente rostro de 10 añitos y su corazón red que bombeaba ilusión y felicidad desde aquél coche que volaba desde Liverpool rumbo a Sheffield. Un par de valiosas entradas que su padre le había conseguido días antes, le reservaba una plaza en aquél vetusto estadio de Hillsborough para alentar a su equipo del alma en aquella semifinal de la FA Cup contra el Nottingham Forest. Un amigo de la familia que residía en Sheffield acompañaría al pequeño para presenciar lo que para él era algo más que un partido. El poder alentar en un duelo decisivo a los ídolos que empapelaban su habitación. El sueño de empujar a los Rush, Hansen y Barnes hacia la presencia en la final de Wembley por segundo año consecutivo y ante el mismo rival, los otros rojos, los del Forest de Pierce, Walker y Clough. Bufanda, camiseta y gorro hasta las cejas transformaban a aquél inocente chico en un simpático proyecto de hooligan, tiñendo sus 10 añitos de aquél rojo pasión que como Los Beatles en los 60 marcaron con el sello “made in Liverpool” todas sus actuaciones. Conforme se acercaban las 3 de la tarde de aquél primaveral sábado, el fondo de la calle de Leppings Lane, reservado a los supporters del Liverpool, comenzaba a plagarse de camisetas rojas. El "You´ll never walk alone" atronaba desde la grada e invitaba a los chicos de Kenny Dalglish a abandonar rápido aquél viejo vestuario para saltar al césped de Hillsborough y entregarse a aquella fiel afición que nunca les iba a dejar caminar solos. Jon-Paul había conseguido un fantástico sitio en aquél atestado fondo, justo detrás de la portería, uno de esos fondos ingleses donde el empuje de la afición es capaz de convertir en gol aquél centro de imposible remate. Sí, la verdad es que aquél encuentro emanaba aromas de auténtico fútbol inglés, el de la FA Cup, la competición de clubs más antigua del mundo. El ambiente era fantástico, todo estaba preparado y Jon-Paul buscaba desde su corta estatura la mejor perspectiva para ver a sus ídolos. Comienza el calentamiento. Grobelaar, Hansen, Staunton, Nicol...parece que están los mejores. No veo al "capi". Sí, allí está Whelan, y Nicol y Beardsley. ¿Y nuestro hombre gol?. Allí viene, con su bigote y su fusil todavía humeante desde su última conquista. El gran Ian Rush. No se nos puede escapar esta victoria...
 
Pero algo no marchaba bien en los aledaños del estadio. La falta de suficientes efectivos policiales y la excesiva aglomeración de aficionados deseosos de entrar en aquél fondo, muchos de ellos sin entrada, estaba provocando un caos considerable. Los equipos saltan al terreno de juego y el griterío del interior enciende más aún a las miles de personas de allí fuera que no ven la manera de acceder al recinto. Un oficial de policía emite una petición para retrasar el comienzo del partido. Es denegada. La situación se está volviendo insostenible. Dentro, el balón se pone en juego y un par de córners en los primeros minutos para los de Nottingham hacen pensar a Jon-Paul que la presencia en la Catedral de Wembley habrá que sudarla hasta el final. En el exterior se emite la petición de abrir la puerta “C” de salida para aliviar la situación, pero el máximo responsable policial, el Superintendente Duckenfield , también la deniega para evitar el acceso incontrolado a las gradas. El partido en disputa, la masa incontrolada, la policía desbordada y Duckenfield, inexperto con sólo dos semanas en el cargo, que finalmente ordena la apertura de la puerta “C” de salida. La histérica multitud se dirige al interior del recinto por las bocas de acceso que convergen en un único túnel que conduce a la zona central de aquél fondo. Jon-Paul, ajeno a la situación que se está provocando tras de sí, nota cómo la presión de los espectadores situados inmediatamente encima de él le empuja hacia las filas más cercanas al campo. Y allí, a pie de césped, le esperaba aquella maldita ratonera azul que en aquél momento estaba ejerciendo de trampa mortal entre el inocente niño y su pasión por unos colores. Agarró fuerte la mano de su acompañante. La única victoria que ahora importaba era no perder aquella mano salvadora. La presión de la masa incontrolada era insoportable y los gritos de ánimo de aquella gente hacia su Liverpool se tornaban ahora en gemidos de auxilio en busca de una bocanada de aire que aliviara semejante agonía. La policía, presa del pánico e ignorando la cruel batalla por la vida que se estaba librando en ese fondo, pensó que si abrían las vallas la invasión del césped podría provocar una batalla campal entre ambas aficiones. Pero nada más lejos de la realidad...
-¡Está muriendo gente allí dentro!-llegó a oídos del delantero del Liverpool Ian Rush. El árbitro consciente de que algo grave estaba sucediendo tras aquellas vallas decidió parar el encuentro. Pasaban 6 minutos de las 3 de la tarde y para entonces Jon-Paul ya había soltado su mano salvadora y su pequeño corazón ya había dejado de latir. Sus pulmones ya no recibían el aire de Sheffield y con 10 añitos se convertía en la más joven de las 96 almas que aquella tarde pintaron el cielo de Sheffield de rojo Liverpool.
 
De todos es sabida la particularidad y la tradición de la que beben los clubs ingleses en general y el Liverpool en particular. El gusto del seguidor por la tradición de lo añejo, el respeto a todo, hecho ó persona, que haya supuesto algo en la forja del club de su vida. La entrega del jugador por ese escudo cuando percibe semejante identificación entre grada y camiseta. Pocos de estos pueden quedarse ajenos a esa atmósfera que emana de los estadios ingleses durante un encuentro, tenga la importancia que tenga. Miles de gargantas empujándote a enorgullecer esa camiseta con tu esfuerzo. Sólo con eso ya eres uno de ellos. Por eso Steven Gerrard es reconocido a sus 30 años como uno de los mejores jugadores reds de ahora y siempre. Forjado en la cantera de la ciudad en la que nació, su amor al Liverpool hace del 8 un futbolista especial. Desde que Gerard Houlier decidiera en 2003 que Sammie Hyppia cediera la capitanía al jugador inglés, cada partido en Anfield supone para Steven la responsabilidad de comandar a sus compañeros desde los vestuarios hacia el encuentro con aquella gente. El brazalete se aprieta como una segunda piel y por sus oídos se filtran aquellas mágicas letras…♪♫♪ When you walk, through the storm ♫♪♫…No les pueden fallar, claro que no...♪♫♪ Hold your head up high ♫♪♫…Una mirada a ese escudo sobre aquellas escaleras le recuerda que está en Anfield. Pisa firme el césped y su mirada se clava en el fondo de The KOP.  Está repleto como de costumbre y su acústica y colorido son incomparables. Todavía hoy por un momento sonríe y cierra los ojos. Y en su imaginación observa a un aficionado de unos 32 años que devuelve la sonrisa orgulloso de su capitán. Un aficionado que es, en palabras de Gerrard, su verdadera fuerza y motivación para convertirse en el líder de su Liverpool. Es su primo Jon-Paul Gillholey que desde The KOP le grita al 8….. ♪♫♪ and you'll never walk alone, you'll never walk alone ♫♪♫.

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