martes, 1 de mayo de 2018

BANDERA Y ORGULLO


Para esta 17/18 el pequeño Adrián y yo hemos cambiado nuestra ubicación dentro del Municipal. Atrás quedarán varios años parapetados en la fila más alta de la Tribuna Cubierta a los pies de unas cabinas radiofónicas que con su sobria estructura ejercían de imponentes guardaespaldas. Nos llevaremos para siempre en el recuerdo la voz del inconfundible Jesús Zamora. Entrando en directo para la COPE y desde la soledad de esas cuatro paredes darnos el minuto y resultado o dejarse la vida narrando un gol in extremis de su Real Zaragoza. La silueta de Lalo Arantegui confundido entre gorros, bufandas, bocadillos y montañas de cáscaras de pipas. Ejerciendo entonces de capitán general de nuestros vecinos azulgranas de más arriba, apuntando en su libreta decenas de nombres y trazando  líneas imposibles de descifrar. Allí quedaban asentadas las bases para la emboscada perfecta en su próximo duelo frente a los maños. El actual abono nos ha llevado a mi sobrino y al que os escribe al Fondo Sur. Y aunque nuestros nuevos asientos están situados detrás de la portería, hemos localizado un poco más arriba un par de sillas libres en uno de esos coquetos palcos que hacen ver el partido como si desde la terraza de tu casa se tratase. Éste en concreto perpendicular a la línea de cal sobre la que se ejercitan los suplentes de ambos equipos. El cargante humo del puro de un señor a nuestra derecha, dos niños que descuelgan varias banderas y bufandas por el balcón contiguo a la izquierda y otro aficionado que absurdamente susurra gol en cada acción mínimamente peligrosa a nuestra espalda son los vecinos que nos acompañan cada quince días. Pero una cosa llamó nuestra atención desde los primeros partidos en esa nueva ubicación. A falta de unos cinco minutos para dar comienzo cada encuentro en La Romareda, un niño de no más de 13 o 14 años entra sólo por una de las bocas de acceso de Tribuna Preferencia. Es la zona limítrofe al córner de Gol Sur donde los más pequeños se arremolinan para ver calentar a sus ídolos y quién sabe si llevarse cómo valioso trofeo un peto sudado o la sonrisa cómplice de un suplente cabreado por dentro por un nuevo encuentro sin volver a jugar. El niño porta una gran bandera del Real Zaragoza encajada a la perfección en un tubo de PVC flexible que ejerce de mástil. Desciende varios escalones y con su bandera se sitúa como un galeón perdido entre el imaginario océano de plástico azul de las decenas de asientos vacíos que le rodean. Saltan al césped los protagonistas. El público aplaude y él en un acto casi litúrgico se levanta, pone un pie sobre uno de los asientos y se gira con decisión hacia el sector reservado para la hinchada visitante que queda en la grada superior y que ya recibe con entusiasmo a los suyos. Y es entonces cuando agarra con firmeza su bandera y la ondea fuerte al viento sin apartar la mirada un solo momento de aquellos que esa tarde han osado venir de lejos para discutirle los tres puntos a su Real Zaragoza. Pueden ser media docena desde Lorca, la ruidosa mareona gijonesa o el complicado y bravucón osasunista. El crecido vecino aragonés o la cara B  de algún clásico rival de nuestra añorada Primera División. En cada impetuoso y enérgico vaivén de aquél pedazo de tela el recuerdo para todos ellos de que a pesar de los tiempos de sombras y hastío vividos por el club en los suburbios de la división de plata, hoy visitan la casa de un pedazo de la historia del fútbol español. Y siente la necesidad de enseñarlo, de demostrarlo. En cada orgulloso volteo de aquella bandera el sentimiento de pertenencia a una entidad que busca de nuevo el respeto que un día se gano por España y por media Europa. Con una gestión entonces modélica y ejemplar alejada ahora por los buitres que en la última década han acechado a un león herido y desfigurado que lanzaba zarpazos desesperados desde un rincón. Colándose en suelo patrio por aquellos años en las fiestas de los más grandes, bailando con la más guapa y levantándoles la Copa de la que confiados ya bebían a morros. Tirando por Europa de grandeza en la victoria. Haciendo a la Roma de Boniek y Ancelotti pequeña y vulnerable bajo la alargada silueta del gigante Cedrún en unos penaltis para toda la vida. Escribiendo con la letra de la épica en la derrota. La piscina de La Romareda el día del diluvio universal. Aquél gol de Ruben Sosa para soñar mojados. El espectacular Ajax de Cruyff y Van Basten para despertar en seco. Y París…siempre París. Fundiendo nuestra garganta con la de Sergi y su megáfono y todavía colgados con el Negro de aquél travesaño con un sueño llamado Recopa agarrado en su mano. Historias, momentos, y sensaciones transmitidas de abuelos a padres y de padres a hijos. Emociones que ese niño no ha vivido y que como yo hago con Adrián a buen seguro le habrán contado los más mayores con el corazón envuelto en un puño y el brillo en los ojos. Cada quince días, el icónico gesto de aquél irreductible muchacho con la cabeza alta y el orgullo por bandera ejerce de eslabón entre una generación, la suya, que sólo ha conocido a su equipo entre dudas, proyectos de salvación y frustración y un tiempo pasado excitante y lleno de grandes historias para el recuerdo que muchos tuvimos la fortuna de poder vivir.

Sólo deseo que el año que viene sea en Primera. Aunque el humo de aquél puro se nos vuelva a meter hasta las entrañas deseo volver a conquistar aquellas dos sillas de ese palco y desde allí observar cómo nuevos inquilinos desembarcan en esa zona de Tribuna Preferencia y convierten la soledad del actual océano de plástico azul en el que navega ese chico en un mar de banderas del Real Zaragoza. Desde la lejanía de ese Fondo Sur sueño con que me llegue un hilo de la voz de Jesús Zamora rasgando su garganta en un gol que valga una clasificación para Europa y ver a Lalo celebrándolo con su gente en el césped. Será entonces cuando el niño cogerá su bandera, la ondeará como nunca mirando orgulloso a todo el Estadio y enterrará para siempre la oscuridad de un tiempo para olvidar. Y así de una vez por todas podré decirle a Adrián lo que tanto tiempo llevo deseando: -Ahora es cuando vais a conocer al otro Real Zaragoza. Preparaos para disfrutar-.

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