miércoles, 1 de abril de 2015

WILFRED, EL ÍDOLO DEL OTRO FUTBOL

Publicado en el número 55 de Kaiser Football
Wilfred, ídolo de Vallecas en los años 90
Principios de los 90. Suereste de Madrid. Cualquier bar del conocido barrio de Vallecas. Domingo, horas antes de las cinco de la tarde, el dia D y la hora H del fútbol de verdad. El del bocata, el transistor y el gol en Las Gaunas. El de los narradores deportivos, solapando sus voces en aquellos minutos mágicos de goles simultáneos en todos los Estadios. Cerveza, bullicio y entre una cortina de humo un viejo futbolín de madera maciza. Varios niños arremolinados a su alrededor buscando el momento de exhibir sus habilidades. El fútbol en cinco duros para demostrar quién manda en el barrio además del Poli Díaz. Una imperfecta línea de pintura roja cruza el frío hierro de la camiseta del equipo blanco. El clásico Barça-Madrid de un bar cualquiera es un Rayo-Barça para los vallecanos. David contra Goliat como gusta en Vallecas. Siempre retando al poderoso. La bola circula con gran rapidez entre el eterno y sólido 4-3-3 con el que forman ambos equipos. Concentración en la cara de los niños. Miles de golpes en los inexpresivos y deformados rostros de aquellos muñecos. Ultima bola. Empate en el marcador. Laudrup filtra un golpeo mágico entre Cota y Josete. La bola busca su sitio natural para dormir en las entrañas de aquella caja de madera hasta que la ilusión de otras veinticinco pesetas la vuelva a despertar. Pero allí está el pequeño Raúl, rayista hasta la muerte, empuñando fuerte su mando y deslizando la barra que atraviesa el costado de su portero para desviar aquél malintencionado golpeo. La bola sale despedida atravesando el bosque de hierro que forman las piernas de ambas escuadras hasta caer a pies de Pedro Riesco que la cruza con habilidad ante Zubi para cerrar el partido. Gana el Rayo. Todos miran a Raúl. Su acción salvadora ha decidido el partido. Él mira orgulloso su portería. Al muñeco que durante aquella época Vallecas pintó de negro en esos pequeños estadios de fútbol de hierro y acero con la pintura del cariño y la admiración que el barrio madrileño entregó al nigeriano Wilfred Agbonabvare. Un futbolista que llegó sin hacer ruido. Que cayó de pie en Vallecas metiéndose a la gente en el bolsillo gracias a su carácter afable y sus grandes actuaciones bajo los tres palos. Echando el candado a la portería de aquél Rayo en ocasiones matagigantes de aquellas temporadas de principio de los 90. Un ídolo para un barrio obrero que tenía en su Rayo al más genuino representante del fútbol madrileño más humilde siempre a la sombra de dos gigantes como el Real Madrid y el Atlético de Madrid. Wilfred permaneció seis temporadas en Vallecas, participó en el Mundial de USA´94 a la sombra de Peter Rufai y aunque no todo fueron días de vino y rosas, dejó una huella imborrable por su calidad humana y deportiva. Pero un día los focos se van apagando lentamente y los grandes titulares ya sólo son breves reseñas de alguna correcta actuación. El fútbol de élite devuelve a esos héroes temporales al anonimato desde el que un día llegaron para ganarse la vida y tocar por un momento la gloria y la fama. Abandonará el fútbol muy joven, a los 31 años, para llevar una vida sencilla y austera como un vecino más de Madrid. Lejos de los aplausos y el olor a césped, la vida no será muy generosa con Wilfred. Su esposa sufrirá el calvario del mal de nuestro tiempo. Un cáncer de mama contra el que Wilfred nada pudo hacer tras haberlo intentado todo. En busca de su cura invertirá todo lo que tenía y se quedará sólo y arruinado. Saldrá adelante y se ganará la vida como un trabajador más. El uniforme de trabajo ya no lucirá un uno en su espalda y el escudo del Rayito en el pecho será el logo de alguna importante multinacional. Los nuevos guantes ya no atajarán balones sino el riesgo de algún accidente laboral y los envíos no serán centros al área para una valiente salida sino simples paquetes buscando un próximo destino.

El maldito cáncer se ha llevado a Wilfred para siempre a principio de 2015. Se ha marchado con el mismo sigilo con el que fue haciéndose un hueco en el corazón de aquél barrio. Partido a partido, parada a parada, sonrisa a sonrisa. Los tiempos como el fútbol han cambiado. Vallekas con k, aprieta los dientes en estos tiempos de crisis. Los aficionados del Rayo Vallecano mantienen su particular cruzada contra el fútbol moderno mientras su equipo se atreve a discutir la posesión a los más grandes. El pequeño Raúl, rayista hasta la muerte, es ahora un hombre a bordo del barco pirata que cada 15 días despliega velas en el Estadio de Vallecas. Corazón franjirojo, dos tibias y una calavera tatuadas en su piel. Hace frío en Vallecas y esa mañana se dirige hacia la puerta uno del Estadio. Allí Wilfred va a recibir el homenaje del Rayo Vallecano. Esa puerta llevará su nombre. Un enorme graffiti con su cara la custodiará. Raúl recuerda cuando empuñaba con fuerza aquél mando con el que manejaba a Wilfred. Y observa como la pintura negra que en su barrio cubría a aquél portero de futbolín para hacerlo ídolo decisivo de aquellos partidos de cinco duros y orgullo de todo un barrio hoy cubre su rostro en esa puerta uno para convertirlo en leyenda rayista y símbolo de un fútbol de otra época. El fútbol de verdad. El de los futbolines de madera y partidos en domingo a las cinco de la tarde.

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