domingo, 1 de febrero de 2015

GERD MÜLLER, GOLES SIN MEMORIA

Publicado en el número 53 de Kaiser Football
Gerd Müller, mito goleador alemán de los setenta
Rainer Bonhof se internó por la derecha y sin mirar  la puso allí. En aquél espacio sin edificar pero que era su casa. Entre aquellas cuatro líneas de cal de las que había hecho su vida. Rodeado de rubios invitados vestidos de naranja. Bonhof envolvió el regalo con su pie derecho y apuntó su dirección. Müller abrió la puerta para recogerlo, buscó su espacio, despachó a los neerlandeses, y lo llevó junto a la red que servía de almacén para esos cientos de presentes que coleccionaba en forma de gol. En esa ocasión el que volteaba el marcador del Olímpico de Munich aquella oscura tarde y que ponía en ventaja a Alemania dos minutos antes de que llegara el medio tiempo. El más importante de los 680 con los que perforó durante 17 años las redes de medio mundo. El que con el pitido final coronaba a su país como campeón de su propio Mundial en 1974. Goles y más goles desde aquellos 176 rocosos centímetros que hicieron de esa suerte su forma de vida. Desafiando gigantes. Pensando antes que el otro. Golpeando cuando el rival todavía se estaba girando. Con la portería siempre ubicada en su cabeza. Invitando a sus compañeros a meterla allí, al espacio reservado para unos pocos. El se encargaría de llevarla adentro. Y así toda una carrera agradeciendo pases, dedicando goles, levantando títulos. Copas de Europa, Bundesligas, Eurocopas, aquél Mundial... Con aquél Bayern de Munich aplastante de mitad de los 70 y base de una Mannschaft campeona. Pero todo un día llega a su fin. Nuevos inquilinos le invitan a abandonar ese espacio en el construyó el mito del Bombardero de la Nación. Le sacan el 9 de la espalda. Cuelga las botas. Se apagan los focos. Todo se acaba. Y desde lo más alto de la montaña de goles y más goles que la rutilante estrella ha ido construyendo desde aquél área que fue su hogar, el hombre anónimo comienza a despeñarse ahogado en una vorágine de alcohol, drogas y diversos fracasos empresariales. Problemas familiares y una vida regida por el caos, característica común de una nueva situación que, lejos de las áreas, nadie le ha enseñado a vivir. En 1992, su club de siempre le ayudará en su tratamiento y lo incorporará a su organigrama deportivo. Un poco de orden al amparo del gigante bávaro con quien tanta gloria intercambió. Nada cómo estar de nuevo en casa. Todo parecía superado hasta que una madrugada del mes de Julio de 2011 saltaron todas las alarmas. Tras varias horas de búsqueda fue hallado por las calles de la localidad italiana de Trento, donde se encontraba de pretemporada con el equipo juvenil del Bayern de Munich, perdido, sólo y desorientado. Salió del hotel y detuvo un taxi con parada la estación de tren. El destino: su hogar, su casa en Baviera…
Desde aquél episodio las apariciones de Gerd Müller han sido contadas. Si acaso para ver como goleadores modernos superan sus bestiales registros. Futbolistas que parten de unas zonas para llegar al gol por otras. Implacables goleadores como él, con la magia como herramienta de uso diario, dueños de un talento que los hace excepcionales. Como el de Gerd Müller. Todos sabían que siempre estaba allí. Nadie cómo el balón había vuelto a besar su portería. Poco a poco sus longevos récords van cayendo uno detrás de otro tras el alud de goles de los Ronaldo, Messi, Cristiano o Klose. Mejor ahora que no más tarde. Todavía a tiempo de sonreírles por haber sido su dueño durante todo ese tiempo. Todo apunta a que la alargada sombra de una cruel enfermedad le aguarda para disputar el partido de la última etapa de su vida. Para borrar todos esos goles de su memoria. Tiene nombre de duro defensa alemán de la época: Alzheimer. Gerd le esperará para tumbarlo cuando todavía se esté dando la vuelta. Y si un día tienen que volver a buscarlo, que lo hagan en Baviera, en el Olímpico de Munich. En el sitio donde se orientó como nadie en el mundo para romperla hacia dentro. Sobre ese espacio sin edificar y las cuatro líneas de cal que fueron toda su vida.

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