jueves, 8 de diciembre de 2011

ARCONADA: EL JUGADOR DE UNA GENERACIÓN


Luis Miguel Arconada, el ídolo de muchos niños de la época
No había patio en el que no hubiera uno. O dos, o tres o cuatro. Entre Santillanas y Quinis, entre Camachos y Gordillos siempre nos colábamos unos cuántos que hacíamos portería, dos mochilas a cada lado y dibujábamos un 1 a nuestra espalda. Con lo que no contábamos era con que sus primeros vuelos acabaron sobre la fina arena de las playas de San Sebastián y nuestros forzados aterrizajes lo hacían acompañados del frío cemento de aquellos patios. Pero daba igual, porque todos queríamos ser como él. Y cuando bajo la tenue luz aquellos partidos acababan y mochila a cuestas partíamos hacia casa preguntándonos qué nuevas paradas hacer para mejorar aquella portentosa actuación, la seria mirada de nuestra madre junto a la puerta de casa señalando desafiante su reloj, nos apartaba de nuestro sueño.
-¡No vamos a ganar para pantalones!.- decía mirando la minúscula rodilla que asomaba desde el interior de aquél agujero.
-Lo siento mamá, era Arconada...
Para toda una generación fué nuestro jugador, el número uno de nuestra infancia. El Zamora de nuestros abuelos, el Iribar de nuestros padres, el Casillas de nuestros niños. El más valioso de nuestros cromos. Un pájaro de gesto serio que volaba de un lado al otro de su jaula de tres palos para arruinar el esbozo de pícara sonrisa que el delantero iniciaba al ver la trayectoria ganadora de su disparo. El gran capitán de una Real Sociedad canterana y campeona en los 80. El líder de la furia roja de España. Luis Miguel Arconada Etxarri.
 
Junio del 84 en el Parque de los Príncipes de París. Una falta ejecutada por el gran Platini nos dió la primera bofetada futbolística nacional. La primera de muchas. Era la final de la Eurocopa de Francia´84. Aquél balón del 10 francés no salía de un cañón, ni volaba hacia un ángulo acostada sobre escuadra y cartabón. Aquél balón superó la barrera y pareció pedir permiso, lento su trayecto, para saludar a los guantes de Arconada. Y cuando cuerpo en tierra ya lo tenía, éste se escurrió bajo sus brazos, se burló de España entera y decidió traspasar la fatídica línea. Se nos iba la Eurocopa y la gloria abrazaba al orgulloso galo. Y los niños no entendimos porqué nuestro héroe nos había fallado. Vimos su gesto torcido y todos lo torcimos con él. Vimos sus lágrimas y las nuestras le acompañaron en la distancia. Calló su fracaso como gritó sus éxitos, en silencio. El silencio del héroe que aquella tarde se nos hizo de carne y hueso. Las plumas más críticas golpearon su moral, pero nosotros, los niños de aquella generación, estábamos a su lado porque todos queríamos ser como él.
 
2012, suenan tiempos de Eurocopa, de gestas y reconquistas por tierras del viejo continente. Andrés Palop, niño cuando yo, observaba hace casi 4 años desde el césped del Prater vienés las escaleras que le conducirían hacia su medalla de campeón de la Eurocopa´08. En la victoria sus compañeros recordaban amigos perdidos, otros a sus tierras chicas, pero él quiso homenajear al futbolista de una generación. Se enfundó emocionado la verde y negra del donostiarra y comenzó exultante el ascenso de aquellos eternos escalones que le recordaban lo costoso del camino hacia la gloria. Como cuando llegaba tarde a casa tras esos partidos sin luz, sobre el último escalón no le esperaba el reloj de su madre ni enseñaba la rodilla tras un agujero. Con su medalla le esperaba aquél 10 que nos arrebató la gloria en el 84. Como quién vuelve atrás en el tiempo, el francés miró sorprendido la camiseta de Palop y pareció comentarle con su mirada:
-Esa camiseta me recuerda a alguien-
-Señor Platini, era Arconada...- pareció responder orgulloso Andrés.
Platini puso la medalla sobre el cuello de Palop. Y un poco sobre el de aquella generación. La de los que soñábamos con ser Arconada...

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