jueves, 8 de septiembre de 2011

COLOURFULL-11

Ruud Gullit perdió a parte de sus amigos en la catástrofe del Colourfull-11
Gullit estaba roto de dolor. Por su cabeza se enredaban los recuerdos de aquellos inviernos en los que eran los amos de la Plaza Balboa, al sur de Amsterdam. Los cientos de partidos callejeros, las decenas de heridas de guerra provocadas por el asfalto y la vuelta a casa, abrazados y satisfechos tras el imaginario pitido final al que incitaba la baja niebla y la tenue luz de las viejas farolas. Aquellos veranos sobre el verde del Parque Erasmus, jugando a ser el Flaco Cruyff y provocando entre los rivales la sensación de que no había nada que hacer. Y por sus mejillas las lágrimas que despedían al amigo que marchaba para siempre acompañadas por unas palabras de despedida al compañero de los sueños tras un balón: "Jerry, si me oyes, quiero que sepas que te quiero", fue la última frase de su discurso.

En aquella Amsterdam de principios de los 70 ser negro y de Surinam no te lo ponía fácil. Geográficamente, Surinam no pasaba de ser una muesca en el mapa al norte de Brasil e históricamente una tierra ansiada por colonos europeos. Desde la antigua colonia holandesa habían llegado multitud de familias buscando un futuro más próspero que el que les auguraba en su pequeño país de origen y había que andarse listo para no acabar en el furgón de cola de la sociedad neerlandesa. Pero si Dios te había dotado de unos pies hábiles para manejar un balón y de una cabeza capaz de ordenar los rápidos movimientos de estos, todo se veía de otra manera. Y así lo veían Ruud Gullit, Frank Rijkaard y los hermanos Haatrecht, Jerry y Winnie. Almas libres volando tras un balón. Inseparables forjadores de sueños y talentos de puro fútbol con ancestros comunes en la pequeña Surinam. A su temprana edad, dominaban las artes del balón como nadie y se divertían con su juego de fuerza y combinación. Soñaban que un día volverían a su país natal convertidos en grandes futbolistas. En aquellos primeros 70 Europa se teñía de naranja con el triple reinado del Ajax con un estilo técnico y atrevido y mostraba el camino del éxito a la juventud de la época. Pero los destinos de todos ellos no van a seguir los mismos caminos. Ruud y Frank dominarán Europa vestidos de naranja y rossonero. Los hermanos Haatrecht leerán en los periódicos las hazañas de sus excompañeros de goleadas en la Plaza Balboa. Sus destinos, equipos holandeses de segunda fila.
 
A comienzos de 1986, el distrito de Amsterdam Bijlmer rezumaba marginalidad y pobreza a partes iguales y era residencia habitual de una de las más grandes colonias surinamesas de la capital. Paradojas de la vida, sobre su tierra se levantarán los cimientos del inmenso Amsterdam Arena. Sony Hasnoe, uno de los trabajadores sociales de aquél barrio, decidió que el deporte podría influir positivamente en aquellos jóvenes deprimidos por el desempleo y marginados por el racismo y se animó a crear un equipo de fútbol, el Colourfull-11. Integrado principalmente por futbolistas profesionales de origen surinamés de diversos equipos de Holanda, Hasnoe buscaba que aquellos jóvenes deprimidos de futuro incierto encontraran en el Colourfull-11 un ejemplo de superación a través del deporte. Ya ese mismo año el campeón de la liga de Surinam, el SV Robinhood, voló a Holanda para disputar un partido contra el Colourfull 11. Surinameses de Surinam contra surinameses holandeses. Los tulipanes contra sus raíces.

Ruud Gullit goleaba por partida doble en el Camp Nou para ayudar a su equipo a levantar la primera de las dos Copas de Europa consecutivas que Franco Baresi levantará orgulloso al cielo del viejo continente. Corría el 24 de Mayo de 1989 y Jerry Haatrecht veía emocionado por la tele a Ruud corriendo extasiado con su primera Copa de Europa con el Milán. Hacía varias semanas que había terminado su temporada con el VV Neerlandia´31 de la Tercera holandesa y ahora disfrutaba en la distancia del éxito de su amigo. ¡Cuántas veces soñaron despiertos con ese momento y cuántas Copas levantaron al aire sus manos vacías en aquellos lejanos años de su infancia!. Pero aquél sentimiento de nostalgia no era el único que invadía sus entrañas. Hacía unos días que el seleccionador del Colourfoul-11, Nick Stienstra, le había convocado para viajar el 7 de Junio a Surinam para disputar una serie de partidos contra equipos locales. En un principio el seleccionado era su hermano Winnie, pero la disputa durante esas fechas del play-off de descenso con su equipo el Herenveen, impidió su selección y abrió las puertas a la convocatoria de su hermano Jerry que tardó en dar el sí lo mismo que su corazón en latir a mil por la ilusión de saber que iba a volar por primera vez a la tierra que le vió nacer.

Un fallo humano, un árbol, la niebla, ó simplemente el destino. Cualquiera de estas circunstancias se pueden relacionar con lo que sucedió a las 04:36 de aquél 7 de Junio. Pero Jerry estaba en ese avión y Ruud no. A la ilusión de uno nadie le puso trabas a la hora de embarcarse en ese avión. Aquél proyecto de gran jugador convertido en futbolista por afición volaba entusiasmado. Al otro, esa ilusión se la cortó la realidad del fútbol de verdad. El de los autógrafos y los megacontratos. El de las Copas de Europa a pares. El Milán no le dejó ir. Cuando el DC-8 de la Surinam Airways se estrelló muy cerca de la pista de aterrizaje de Paramaribo, cientos de historias por contar saltaron por los aires. Miles de abrazos por un reencuentro soñado se perdían entre aquellos hierros. Una generación de futbolistas holandeses se perdía para siempre sobre la tierra que los vió por primera y última vez.
Tras aquellas lágrimas, Gullit se imaginaba en la Plaza Balboa tirando paredes junto a los Haatrecht, y a Rijkaard custodiando su defensa. Compartían el sueño de ser como Cruyff. En aquél 1989 sus vidas eran distintas pero el sueño de volar juntos a sus orígenes siempre estaba allí. Gullit despedía a su amigo de partidos en el Parque Erasmus. Se veía rematando un centro medido de Jerry. Y en algún momento volviendo juntos como estrellas a Surinam...


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