Fernando Cáceres, ejemplo de fuerza y superación |
En
ocasiones la vida te pone a prueba. Te abofetea y te pone delante del dolor. Disfrazado
de un familiar y su pelea con una cruel enfermedad por un sitio en este mundo. Vestido
de un amigo y esa última conversación que jamás llegará con el papá que se
acaba de marchar para siempre. Situaciones difíciles en las que las palabras de
ánimo se escurren a menudo entre el llanto de la emoción y las respuestas a
unos porqués que nunca llegan. Pero es en estos casos cuando descubres a gente
formidable. Personas magníficas, fuertes como rocas, capaces de desmontar tu
mejor guión preparado y ponerle una sonrisa a tanto dolor. Ese familiar o
amigo, que incomprensiblemente vuelca sobre ti el saco de ánimo que le ibas a
regalar. Gente extraordinaria que golpea con sus ganas de vivir a la desgracia,
el infortunio o a su mismo destino. Una de esas personas esperaba impaciente la
fría noche del pasado 13 de Noviembre en el túnel de vestuarios de La Romareda.
Su vida ha cambiado. Los tacos de sus botas son ahora las gomas de dos malditas
ruedas con las que ya no persigue delanteros sino el sueño de algo tan
cotidiano como caminar. Su mirada, antaño concentrada en la marca del hábil
punta rival, el faro solitario que busca desorientado el barco de una antigua
vida. Y es que a Fernando Gabriel Cáceres, la bala del odio y el asco a la vida
le cambió el 1 de Noviembre de 2009. Desde que mutiló su ojo derecho para dormir
acostada en la cabeza del argentino, junto a sus sueños. Desde que forcejeó con
aquél ratero adolescente en un asalto que le robó algo más valioso que lo
meramente material. Parte de su propio ser. Fernando vió la muerte muy de cerca
pero decidió que no era el momento y que quería seguir entre nosotros. Qué iría
con todo a por la dura rehabilitación. Y entre lamentar su desgracia postrado en
una silla y pelear por volver a ser el de siempre, Cáceres no lo dudó. Lo
segundo, pibe.
El
“Negro” Cáceres espera a que el speaker, como en aquellas noches de gloria en
el Municipal, diga su nombre para saltar al césped. Allí le espera el homenaje
del fútbol español a un hombre que en nuestro país defendió con su alma los
colores del Real Zaragoza, Valencia y Celta. Futbolistas en activo de varios
clubs españoles y del Real Zaragoza actual le esperan para arroparle en un
partido en el que lo de menos es el resultado y que busca en su recaudación una
ayuda para su costoso tratamiento. Y allí, a pie de césped y con algunos años encima,
los amigos con los que un día vio arder París. Justo el año en que aquella
Recopa del 95 se hace mayor de edad, este homenaje los vuelve a reunir. Cáceres
los observa emocionado desde el túnel de vestuarios. Varios kilos y alguna
arruga de más, pero la misma camaradería que un día les ayudó a convertirse en
mitos del zaragocismo. Futuros entrenadores, buenos empresarios, altos
ejecutivos. El horizonte de su vida dista mucho de la de ellos. Su inminente
objetivo, tan primario como anhelado, volver a caminar. Más allá, el reto de
poder dirigir un día un equipo profesional de fútbol. El speaker pronuncia su
nombre. Ayudado por los promotores de este homenaje, Chema Sanjuán y Alejandro
Martínez, Cáceres ingresa en el campo. Se hace difícil recordar una ovación
como la de esa noche. Todo cariño y sentimiento. Desde su silla el “Negro”
llora. Sus lágrimas le impiden ver la emoción en los ojos de los Cedrún, Aguado
y Esnaider. El compañero que se hacía un gigante al fondo de aquella defensa
aparece ahora empequeñecido, vulnerable y encorsetado a esas dos ruedas que
ahora son su vida. Y eso duele. Avanza entre aplausos hasta un balón solitario.
Y allí vuelve a hacerse grande, formidable, magnífico y con todo el coraje del
mundo abandona por un momento su silla, detiene el mundo y vuelve a sentirse
por unos segundos futbolista. Segundos para nosotros, un partido completo para
el Negro. Emocionado, golpea la pelota y La Romareda rompe en aplausos. Sí,
como difícilmente uno pueda recordar. Para agradecerle su ejemplo de esfuerzo y
superación. Para darle las gracias por tanto. El aficionado maño, cabizbajo y desorientado
en la búsqueda de su identidad perdida, observa emocionado cómo en el césped
parte de su historia más reciente se reúne para animar a su amigo en apuros.
Melancolía de aquellos años. Y hoy que venía para dar con su presencia toda la
fuerza del mundo al “Negro” Cáceres, recibe del gesto del argentino y sus
compañeros de aquella gloriosa época, esa dosis de moral que tanto le hace
falta. Gracias.
Mi
sobrino Adrián llevaba varios días impaciente esperando el “Homenaje a
Cáceres”. Para él es la oportunidad de volver a reencontrase con los ídolos que
sus escasos siete años han podido reunir. El argentino salta al césped, Adrián
aplaude, pero su mirada inquieta va pasando revista a los Lafita, Gabi y Ander.
Sí, allí están. Héroes de un equipo diferente al del “Negro” y sus amigos.
Triunfadores de proyectos de salvación por los pelos. Pero son sus primeros cromos,
los que te marcan para siempre y allí los tiene de nuevo juntos. Ante la fuerza
de nuestros aplausos Adrián mira a los mayores que allí estamos con él. Y si
desde su corta edad fue capaz de leer en nuestra mirada emocionada, descubrió
el dolor de sentir que uno de nuestro mejores cromos está en apuros. Que le
vimos correr y ahora no le vemos andar. Pero que nos transmite la misma fuerza que
empleó para ofrecernos aquella Copa colgado de aquél larguero en París. Su
próximo trofeo abandonar aquella silla. Ejemplo de superación para que Adrián
entienda que un día su club tuvo un equipo de leyenda y que estuvo formado por
hombres extraordinarios, liderados por Fernando Cáceres, capaz de devolverle
todo el cariño y la moral que fue a darle una fría noche de Noviembre. Fuerza
“Negro”.