“Una vez tuve una sequía de gol. Fueron los peores 15 minutos de mi vida”. El público rompe a reir como acostumbra a hacer con cada irónico y jocoso comentario con los que el ya sesentón Jimmy Greaves salpica sus actuaciones desde los escenarios de los mejores locales de Londres. Bajo aquél canoso bigotón, Greavsie también esboza una pícara sonrisa. Sabe de lo presuntuoso y exagerado de aquella aseveración. Pero para sus adentros y para quienes le conocen saben que el bueno de Jimmy no va muy desencaminado. Pocos han tenido esa habilidad y eficacia en el noble arte del gol. Nadie habrá hecho más goles desde entonces para alguna de las grandes ligas europeas. Son los primeros años del nuevo milenio y toda aquella vida de éxito acomodando balones en el fondo de las porterías inglesas y las miles de anécdotas vividas allá por los 60, forman parte de su repertorio. Su estilo cercano, canchero y socarrón entusiasma a un público que ve en su ejecución la misma facilidad con la que apiló aquella montaña de goles en la que desde entones continúa descansando en lo más alto. Jimmy Greaves disfruta de manera tardía de lo que él mismo considera su segunda vida. Esa que cumplidos los treinta lo empujó desde la cúspide y sin avisar a un mundo desconocido en el que ya no valía con ser el mejor en lo único que llevaba haciendo desde niño. Meter goles.
El 20 de Febrero de 1940, recién iniciada la Segunda
Guerra Mundial y meses antes de los bombardeos alemanes sobre las principales
ciudades de Inglaterra, nacía James Peter Greaves en East Ham, cerca de
Londres. Nunca fue un brillante estudiante. Quizás porque como a la mayoría de
aquellos pequeños ingleses aprender un nuevo regate le parecía más importante
que el lenguaje, el álgebra o las ciencias sociales. Jugar al fútbol era su
vida. Todo el día si podía ser. Hasta que al caer la tarde, la tenue luz de las
farolas no permitía distinguir rivales de amigos y decretaba para desencanto de
aquellos niños el final de la contienda. Sobre aquellos húmedos empedrados de
East Ham, Jimmy se distinguirá como uno de los mejores. El mejor cuando de
hacer goles se trataba. Pronto llamará la atención del Chelsea que lo
incorporará a sus categorías inferiores hasta que en 1957 hará su debut con el
primer equipo. El rival, cosas del destino, el que será el equipo de su vida,
el Tottenham. Lo hará con gol, como hizo con cada camiseta con la que debutó,
incluida la de la Selección inglesa. Tras 4 años, 132 goles y 2 veces máximo
artillero del Campeonato con los de Stamford Bridge, no pudo rechazar los
cantos de sirena de un fútbol italiano económicamente mucho más poderoso por
aquél entonces. Corría la 61/62 y el A.C. Milán de Cesare Maldini, Trapattoni y
Rivera, a la postre Campeón de Europa la siguiente temporada se hacía con sus
servicios. Su estilo imprevisible, su futbol de calle, su facilidad para
moverse a su antojo para sin esperarlo acudir a la hora prevista a su cita con
el gol, chocarían frontalmente con las ideas del técnico Nereo Rocco. Bajo los
cimientos del Giusseppe Meazza, sobre la pizarra de sus vestuarios, Rocco
esbozaba ya los trazos originales del primer catenaccio. Un estilo que viajará para
quedarse en la genética del calcio italiano para siempre y que el inglés nunca
asimilará. Greavsie dejará 9 goles en 13 partidos antes de volver a la libertad
y el fútbol de ida y vuelta que su país le ofrecía. Bill Nicholson ofrecerá la
curiosa cantidad de 99.999 libras para traerlo a su Tottenham y para que desde
allí escriba las páginas más importantes de su carrera. Con aquella llamativa
cifra no quiso que cayera sobre sus hombros la presión de convertir a Greaves
en el primer jugador por valor de 100.000 libras. A partir de allí una cascada
de éxito, títulos y goles. Goles de todas las facturas. Con una pasmosa facilidad
sólo al alcance de muy pocos. 268 en 381 partidos. Goles decisivos, de cabeza,
de tijera, de penalty, para cerrar goleadas. Goles que ayudaron a los Spurs a
levantar dos FA Cups y una Recopa de Europa en 1963 y que convirtieron a
Greaves en 4 veces más máximo goleador del Campeonato inglés. Su fama le puso a
la altura de un grande de la época como Bobby Charlton. Junto a él jugó los
mundiales del 62 y del 66, este último, en el que Inglaterra conquistaría el
título en su propio país. Pero a pesar del éxito obtenido, aquél Campeonato
supuso una enorme decepción para Jimmy Greaves. Aquél torneo llegaba en su
mejor momento. Participó como titular en la primera fase pero cayó lesionado
ante Francia en el último partido. Su lugar en el once titular en las rondas
finales lo ocupará Geoff Hurst. Para la gran final Greaves ya recuperado esperaba
recuperar su sitio en el once inicial pero el técnico Alf Ramsey siguió
contando con Hurst. El hueco que la historia le tenía reservado lo ocuparon su
compañero Hurst y sus tres goles en Wembley. La memoria del mundo del fútbol es
corta y exigente el público con sus ídolos En la temporada 69/70 Greaves bajó
su rendimiento y el interés del Tottenham en hacerse con los servicios del
internacional del West Ham Martin Peters, llevó a un trueque y dio con Greaves
en los Hammers. De allí en adelante su carrera se lanzará paulatinamente hacia
un triste ocaso distorsionado tras el cristal de cientos de jarras de cerveza y
decenas de botellas de vodka. Mediados los 70 intentará volver en equipos que
hacían su camino por los suburbios del fútbol inglés, pero el alcohol ya había
convertido aquella perfecta máquina de golear en un ex-futbolista sin rumbo.
Jimmy Greaves tocó fondo, se arruinó y lo perdió
todo, incluida a su familia, hasta que en 1978 y tras pasar por varios centros
de desintoxicación, tomó su último trago y se juró que ya no lo haría más. Se
alejó para siempre del alcohol e intentó reconstruir su vida en busca de una
segunda oportunidad. Su carácter afable y extrovertido le llevaron junto al
ex-jugador del Liverpool Ian St. John a encontrar un hueco en los medios de
comunicación. Ambos condujeron con éxito entre 1985 y 1992 el espacio
televisivo “Saint and Greavsie” que analizaba desde un punto de vista divertido
y diferente la inminente jornada de la Liga Inglesa. El fútbol más
profesionalizado llegó y con ello la Premier League. No había hueco en ese
escenario para la diversión de Saint y Greavsie. Pero Greaves se sentía bien en
los medios. Cuando esa etapa terminó y aprovechando su tirón mediático se lanzó
a los escenarios. Desde allí, y con su inconfundible estilo, contará al público
presente los avatares de su vida. Cómo ser campeón del Mundo y sentirte
frustrado. Cómo cambiar los billetes de la bella Italia por volver al encanto
de tus maravillosas Islas. Cómo ser el mejor goleador del momento y que 15
minutos de sequía supusieran lo peor de tu vida. Una sequía que más adelante
necesitó para apartar aquellas malditas botellas y poder disfrutar así de una
segunda vida. Esa que cuando los grandes focos se apagaron y el balón dejó de
rodar nadie le había enseñado a vivir. Y es que hasta ese momento el bueno de
Greavsie vivía dedicado a lo que mejor se le daba. A divertirse fabricando una imponente
montaña de goles.
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