Carles Puyol, ofrece a Maracaná la Copa del Mundo |
Puyol avanza emocionado por la alfombra de Maracaná. La roja de la
estrella es hoy camisa, corbata y el traje negro de las mejores ocasiones. Su cinco,
manchado todavía con la brizna fresca del último corte abajo, descansa para
siempre en el cajón de sus recuerdos. La melena ensortijada al viento para
recordarle al crecido teutón de la fila más alta del Estadio que el que ahora
está allí abajo fue el que un día voló más alto que el Sol para regalarnos el cabezazo de todos los tiempos. Para alejar
al alemán del sueño que hoy sí toca con sus dedos y que por aquél entonces nos pertenecía. Para darnos la Final de nuestras vidas. Puyol avanza
decidido. A un costado una despampanante modelo brasileña. Al otro, descansando
en una caja, la más bella de la noche. Una rubia de 18 kilates. La novia de
España entera los últimos cuatro años. Puyol abre la caja y extrae con mimo la
gloria que poco a poco nos va dejando. Avanza unos metros y la muestra al
cielo de Maracaná. A su alrededor vemos partir los sueños de varias noches de
verano. Pantallas gigantes en pueblos pequeños. Fuentes desbordadas de alegría.
Se nos escapa el Podemos y el ganar, ganar y volver a ganar. El Iniesta de mi vida y
su recuerdo eterno al amigo que se fue sin avisar. Besos improvisados y abrazos
envueltos en lágrimas. España en un manto rojo y amarillo. Puyol ofrece más que
un trofeo. Entrega los años en que nos creímos los más grandes. Un estilo
propio. Una época irrepetible en la que fuimos la admiración del Mundo. El
modelo a seguir. Pero no hemos sabido defenderlo y hoy el sueño se acaba. Y el
elegido para entregar la gloria ha sido él, el de La Pobla de Segur, el hijo de
Josep, el humilde hombre de campo que desde el cielo de Río le aplaude y le mira
orgulloso. Un futbolista a veces sacado de otro tiempo. Con un estilo y un
sello irrepetible. Pundonor, casta y amor propio. Orgullo, respeto y trabajo al
servicio del grupo. Cuando las tecnologías y las insaciables modas entran en el
fútbol, Puyol se nos va. Los sprays en las barreras, las botas de dos colores, las
crestas imposibles. Cuando el fútbol de ahora es menos fútbol de antes, él lo
deja. Crucificado por las lesiones y el dolor de no poder ayudar. Pero
representando a la perfección en el templo del balompié mundial el fútbol que
fuimos y el que somos. La furia, la raza y el infortunio de antaño. La calidad,
el toque y el éxito actual. No podría haber mejor representante ni mejor
despedida. Puyol dice adiós para siempre a la Copa del Mundo. A nuestra Copa
del Mundo. La deja en su pedestal para que sienta el rubor de quien es
observado con deseo. El siguiente en levantarla al cielo será alemán o
argentino. Para continuar con su leyenda unos. Para coronar a su nuevo Dios los
otros. Ambas selecciones ya esperan en el túnel de vestuarios y la observan en
su soledad. Pero eso ya es otra historia. Puyol desaparece a lo lejos con la satisfacción
del deber cumplido, sin hacer mucho ruido, fiel al estilo que marcó su carrera.
Desde lo alto del Corcovado, el Cristo imponente abre sus brazos al gran
capitán. Para charlar sobre cómo llevamos lo de la estrella en el pecho, Él que tanto sabe de eso. Para despedir
en un abrazo eterno al cinco que un día saltó hasta las estrellas para seguir
haciendo de aquellas noches de verano el sueño de nuestras vidas. Hasta siempre Puyi.
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