Christian Panucci perdió un equipaje y ganó una nueva vida |
Christian
Panucci se había convertido en el inseparable socio de los casi 120 metros de
línea de cal que delimitaban las autopistas por las que de córner a córner
circulaba cada fin de semana en los estadios italianos. Acompañado por una
escuadra casi invencible y plagada de fabulosos futbolistas como Baggio, Weah,
Savicevic o Boban, el de Savona había secuestrado el 2 de la rossonera en una
defensa que custodiaba junto a mitos como Maldini, Baresi o Costacurta. Un
lateral de largo recorrido. El primero en la guerra a la hora de defender.
Llegando por sorpresa en la vanguardia milanista por aquél carril hecho a su
medida para derribar el muro rival y probar las mieles del gol hasta en cinco
ocasiones a lo largo de aquella Serie A de la 95/96. Aquella temporada el A.C.
Milán conquistaba el Scudetto superando con relativa comodidad a la Juventus
de los Vialli, Ravanelli, Deschamps y
Del Piero más concentrados durante ese ejercicio en coronarse como campeones
del Viejo Continente que en revalidar la gloria doméstica conquistada el año
anterior.
Pero
mientras se libraban las batallas por tierras italianas un objetivo en el
horizonte esperaba a Panucci. Los Juegos Olímpicos de Atlanta´96. Una
experiencia única para todo el que la ha vivido y que Panucci no quería
desaprovechar. Con el brazalete de capitán apretando su brazo derecho y
liderando la zaga azzurra junto a los también jóvenes Cannavaro y Nesta y el
veterano Pagliuca bajo los palos, deseaba llevar a su selección los más lejos
posible en la competición y disfrutar de todo lo que supone participar en unos
Juegos Olímpicos. La Nigeria de Kanu y Amokachi, la Brasil de Bebeto, Rivaldo y
Ronaldo o la España de Raúl y De la Peña no se lo iban a poner fácil. Pero unos
días antes de la Inauguración de los Juegos, un fuerte golpe en la rodilla
dejará a Panucci fuera del Campeonato. El capitán de la selección deberá dejar
el equipo y verá alejarse la oportunidad única de participar en una Olimpiada.
Maldiciendo su mala suerte Panucci abandona la concentración de Cincinnati y el
17 de Julio se dirige al aeropuerto John F. Kennedy de New York para coger un
avión rumbo a Italia y una vez allí, en Pavia, ser tratado por el doctor
Ceciliani. Al infortunio generado por la lesión se le une el malestar cuando
observa que su vuelo, el 800 de la TWA, se dirige a Roma haciendo escala en
París. Él quiere volar directo a Milán y no encuentra la manera de que le
cambien su billete. Para colmo de males descubre que su equipaje ha sido extraviado.
Para solucionar este contratiempo se dirige a un Asistente y este al ver el
billete para Roma le apremia a embarcarse en su vuelo, pero como todavía
disponía de tiempo Panucci decide dirigirse
a la ventanilla de Alitalia para informar del extravío de su equipaje.
Allí explicará que su deseo es volar directo a Milán para no perder la revisión
médica de su rodilla que tenía la mañana siguiente. Será entonces cuando le
encuentren un billete con salida a las 19:30 destino Milán. Panucci se acomoda
en su asiento y piensa en su mala suerte y esa maldita rodilla que le ha
apartado del sueño Olímpico. Aterriza en Malpensa y al rato observa a varias
azafatas de la TWA envueltas en lágrimas. Pregunta y es cuando le informan que
el vuelo 800 de la TWA con destino Roma y escala en París ha explotado en el
aire a los 13 minutos de haber despegado del aeropuerto de New York. El corazón
le da un vuelco. Se le hiela la sangre. Era su vuelo. El que consiguió cambiar
gracias a que perdió su equipaje. Aquella inoportuna lesión que capitalizaba
todo su malestar y lideraba su infortunio quedaba reducida a una mera anécdota
tras aquello. Había salvado su vida…
El
destino, la mala suerte o simplemente porque las cosas tiene que pasar así, nos
han dejado grandes catástrofes aéreas alrededor de la historia del fútbol.
Equipos enteros atrapados entre los hierros de inmensos aviones. Allí han perecido
cientos de goles sin celebrar, decenas de títulos sin levantar. Para construir
con sus desgracias románticas historias escritas con la tinta de la épica y el
dolor. Superga y Munich serán los destinos crueles de dos grandes escuadras.
Una en la cúspide, el Gran Torino, que lideraba el mundo por aquellos lejanos
40. La otra el Manchester United de los Busby babes en los 50. Joven aroma de
campeón que tras la catástrofe de Munich tardaría 10 años en convertirse en
fragancia. El mar engullirá en 1987 al Alianza de Lima y Dennis Bergkamp
padecerá una profunda aerofobia tras perder a varios compañeros en el desastre
de Paramaribo (Surinam). Después aquél verano, Christian Panucci comenzará una
nueva temporada liderando el lateral derecho milanista. Tras varias
desavenencias con Oscar Tabares y Arrigo Sacchi, nuevos responsables técnicos
rossoneros, firmará en Enero de 1997 por el Real Madrid de Fabio Capello. El
decepcionante comienzo liguero del portugués Secretario llevará a Capello a
solicitar a Lorenzo Sanz el fichaje del lateral italiano, al que ya tuvo a sus
órdenes en San Siro. Tras su fichaje, un Panucci exultante cerrará unas
declaraciones con la siguiente frase: “Al Madrid hubiera ido a pie”. Todos
sabían que con esa frase hacía referencia a la magnitud del club blanco. En su
interior es probable que hiciera un guiño al destino que en Julio del 96 le dio
otra oportunidad en esta vida.
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