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Foto: Angel de Castro |
Yo
pensaba que el fútbol ya me lo había hecho sentir todo. Que las cicatrices ya
eran las que eran y solo servían para recordarles a los más pequeños la huella
que esta locura un día a ellos también les dejara. Que alegría, decepción,
euforia o tristeza ya habían sellado mi piel, como esos balonazos del Mikasa en
las frías mañanas de partido en los ochenta. Pero me equivocaba. No recuerdo
haber pasado tanto miedo como el pasado sábado en La Romareda. Ese miedo que esconde
bofetada o gloria y juega contigo con sonrisa macabra. No recuerdo haber gritado
un gol como el del empate del otro día. Una locura de abrazo con un señor de
barba y boina negra al que era la primera vez que veía. No recuerdo haber cerrado
un paraguas con tanta violencia y preferir que un manto de lluvia nos
envolviera. Las páginas de la épica la escriben héroes de camiseta empapada y
agua escurriendo por su cara. Tantas ocasiones perdidas... Y al final lo que
jamás recuerdo haber sentido en un estadio de fútbol. Vacío. Cuando ya no queda
nada. Vacío y mucho dolor. Mirada perdida al suelo. Esperando por vez primera
allí un hombro amigo. Se que no aparecerá, que eso me lo debo comer sólo. Pero
es cuando giro mi cabeza a la izquierda y veo al pequeño Adrián roto. Sentado
en su silla, mojado por la lluvia y por un mar de lágrimas que le caen a
chorros. Y entiendo que ese no es momento para mí, que en mi peor día en ese
campo, él me necesita. Me trago lo mío, lo abrazo y lo beso. Pienso en clásicos
como “el fútbol es así” o “unas veces se gana y otras se pierde” pero prefiero
la compañía del silencio. Sí que alcanzo a susurrarle al oído a modo de
pregunta que en Septiembre volvemos a intentarlo. Su cabeza me responde que por
supuesto. Estoy seguro que pasará el tiempo y esa imagen permanecerá conmigo
para siempre
Miedo,
locura, dolor. Sube y baja de experiencias resumidas en esa sensación de vacío
inmenso que te deja un objetivo al que ves de nuevo alejarse. Pensaba que el
fútbol ya me lo había hecho sentir todo. El pasado sábado en la Romareda me
guardaba un vacío que no conocía. Lo que para mí es una sensación nueva para
Adrián supuso su primera gran cicatriz. De esas que un día mostrará orgulloso.
Quizá demasiado pronto pero espero que la primera de muchas. Señal de que ese
deporte que ama como lo hace su tío le ha hecho sentir experiencias únicas y maravillosas
que son la propia vida. Como tener ganas de romper a llorar y no poder porque
tienes que curar la primera cicatriz de tu sobrino roto por su Real Zaragoza
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