Publicado en el número de 54 de Kaiser Football
Paul Gascoigne, genio y figura del fútbol británico |
“Hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero”. Hay frases que llevadas al extremo de su significado y convertidas en tu modus vivendi dice mucho de quien las pronuncia. Leídas tras el efecto distorsionador del cristal de varias botellas de whisky medio llenas o medio vacías según se mire, se convierten en un peligro. Si quien las pronuncia atiende al nombre de Paul Gascoigne el efecto es devastador. Un genio que salió de su botella para beberse la vida. Para sufrir en sus carnes lo peor de una adicción empeñada en dejarnos para siempre el recuerdo de un ídolo caído capaz de bajarte la luna y hacértela añicos un rato más tarde. De regalarnos imágenes impagables. Esas que queremos que permanezcan en nuestra mente y no la de la más absoluta de las decadencias. Siempre al límite. Destrozado en la tristeza. Exultante en la alegría. Regalándonos sus lágrimas en aquél Mundial de Italia en 1990. En una semifinal a brazo partido. Balón dividido. El ímpetu de Gascoigne se lleva por delante al rival. Cuando el alemán Thomas Berthold inicia sus vueltas de campana Gazza sabe lo que se le viene encima. La petición de clemencia no será suficiente. Sabe que esa cartulina amarilla al cielo de delle Alpi le aparta en esos momentos de una posible final que jamás llegará para los ingleses. Y llorará desconsolado para emocionar a medio mundo. Seis años después le esperaba la Eurocopa en su país y la otra cara de la moneda. Tarde soleada y el Estadio de Wembley todavía con el recuerdo en blanco y negro del efímero éxito del 66 y el estómago vacío desde aquél entonces. Paul sabe que es el elegido para galopar con paso firme hacia la gloria a lomos de su inmenso talento. El vecino escocés enfrente. Con el 1-0 para los ingleses David Seaman acaba de parar un penalti y es hora de apuntillar al contrario. Balón al hueco para Gascoigne. El genio se viste de smoking y chistera aparca los vicios y nos regala un gesto para siempre. Sombrero al cielo de la Catedral para que el mítico Collin Hendry pase de largo, confunda la pelota con el sol y desde el suelo sólo la pueda ver reventarse a la red sin ni siquiera haber besado el césped. Su celebración es un grito de felicidad en el lugar donde se siente importante. En el sitio donde el ídolo con pies de barro todavía sostiene las vergüenzas que lejos de allí se le van cayendo a pedazos. Singular, polémico, indomable y en ocasiones cómico, Paul Gascoigne irá desarrollando durante su vida una dependencia total del alcohol y las drogas que unido a varias lesiones importantes acelerarán el ocaso de una carrera que circulará a gran velocidad entre el talento y la polémica entre el éxito y los escándalos. Newcastle, Tottenham, Lazio, Glasgow Rangers, Middlesbrough y Everton disfrutarán al genio y sufrirán al demonio.
En la actualidad continúa enganchado a una enfermedad de la que no hace responsable a nadie más que a sí mismo. Él tentó a la cara oscura de la vida y ahora no puede apartarse de su mirada. Ya no hace lo que quiere, cuando quiere y cómo quiere. La bebida ya lo hace por él. Ha intentado poner fin a su vida varias veces, como cuando en Septiembre de 2008 fue hallado en la habitación de un hotel de Faro en Portugal con una sobredosis de drogas y alcohol. Ha iniciado diversos tratamientos pero tarde o temprano el alcohol ha hecho acto de presencia nuevamente en su vida. A Paul Gascoigne nadie parece querer ayudarle y cuando una mano amiga se le acerca él no suelta su botella para agarrarse a ella con firmeza. Ha llegado a asegurar que la prensa nunca escribirá que Gazza está bien porque eso no vende. Cuando el balón rodaba todo quedaba oculto tras el talento y la fuerza de este genio inglés que un día salió de su botella para exprimir la vida hasta la última gota. Cuando los focos se apagaron el genio desnudo no tuvo con que tapar sus vergüenzas. Las lágrimas y los sombreros imposibles que un día nos regaló para siempre no están siendo suficientes.
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