Andoni Cedrún, Corazón zaragocista |
Andoni no reconoce este club. No conoce este equipo. Quizás porque las magulladuras recientes han dejado al guerrero del León herido de muerte y desfigurado. Quizás porque su optimismo enfermizo oscila violentamente entre la pelea de lo que quiere y lo que ve. Cuando él atajaba sus primeros balones oía las gestas de un equipo imponente y magnífico, que era obligado a salir de vestuarios de un campo inglés. No llegaba tarde al comienzo de aquella semifinal, no. Antes de abandonar Ellan Road, el aficionado británico quiso despedir a los artistas que habían dejado fuera de la final de la Copa de Ferias a su Leeds United con una exhibición de juego y goles. Corría 1966 y tras el 1-3, aquella ovación puso a Zaragoza en el mapa del fútbol europeo.
Dos décadas después esa historia la escribió el vasco. Recopa, tanda de penalties y la Roma de Boniek al suelo. El Ajax de Cruyff y Van Basten le despertó del sueño, pero Andoni, Europa y Zaragoza ya se habían citado para irse de Copas por París.
Eran tiempos de promesas, en los que Cedrún, desde lo alto de un balcón, emplazaba a 100.000 zaragocistas de un año a otro para entregarles los triunfos de un equipo histórico.
Pero más allá de los éxitos deportivos eran épocas en las que un club modélico en su gestión y señor en su imagen arañaba la gloria entre los gigantes nacionales y europeos.
Los tiempos han cambiado y las finales de Copa han dado paso a Leyes Concursales. El León no se reconoce en su nuevos trazos y el futbolista fiel a un club es ahora un muñeco de ida y vuelta. No como aquél portero que llegó buscando sitio desde un Athletic campeón y se quedó para siempre. Desde su grito desesperado, Andoni busca para el Real Zaragoza un estado de normalidad. No quiere que el León salga de su escudo para lanzar zarpazos a la Historia, ni ovaciones en campo rival. Ya no quiere quemar París desde un pateo celestial ni que la derecha de un "hueso" argentino ponga el azul a una montaña mágica destinada a ser blanca merengue. Ni tan siquiera añora levantar títulos prometidos. Sólo que alguien le prometa a él que algún día le devolverán al Real Zaragoza del que se enamoró.
Sus palabras suenan con la fuerza de quien desea un club respetado y admirado por una gestión seria y honrada. El deseo de pertenecer a un club reconocido por sus 80 años de valor y dignidad antes que por la efímera gloria del éxito.
Hasta que eso suceda Andoni levanta la voz por la tierra que un día le acogió y le hizo grande de Europa. No puede imaginar Zaragoza sin su equipo. El Pilar sin sus torres, el Batallador sin su espada, Agustina sin su cañón...Zaragoza sin su Real. Una ciudad y un equipo que Andoni nunca ha conocido. Ni conocerá. La ciudad en la que siempre habrá una lengua viva para decir que no se rinde. Siempre ha vuelto. Y volverá.
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